jueves, 1 de febrero de 2007

Introducción - Crónicas de Realidades y Fantasias de una Gesta Familiar

Este blog fue realizado por Alberto Arenzon con información de los antepasados de la Familia cuyo apellido original no estoy seguro si es Aronson o Arenzon que, por esas cosas de la vida en que alguien cambió en los registros de inscripción dentro de la Argentina, ha marcado a la familia con dos apellidos Arenzon para algunos y Aronson para otros. Esta información fue narrada y escrita enteramente por José Levin, primo hermano de mi padre (José Arenzon), a quien le estaré por siempre agradecido por ofrecerme la posibilidad de tener una narración escrita y conocer muchos detalles de mis bisabuelos, abuelos, tíos abuelos, etc.

Capítulo A - Argentina

Lo escrito por José Levin es lo siguiente:

Por el año 1896 llegó a la Argentina, procedente de Rusia, la familia Sirkin, abuelos maternos de mi padre y fueron de los fundadores del pueblo Moises Ville, en la provincia de Santa Fé. En ese entonces, la vida de la población judía en Rusia era muy dificil; sometida a persecuciones que se manifestaban con gran violencia en los “Progroms”: asaltos que bandas hacían a los poblados judíos, apaleando, robando, matando y violando, con la indiferencia total de cualquier autoridad. Los judíos vivían en guetos rurales, pues no les estaba permitido residir en los centros urbanos. Solamente podían ingresar a las ciudades durante tiempos limitados con el fin de vender sus mercancías y comprar lo que pudieren y necesitaren. Como se comprende, los niños solamente podían concurrir a las escuelas del gueto cuya enseñanza la impartían maestros religiosos, que lo hacían utilizando el “Idish” con alfabeto hebreo. Es un derivado alemán con escritura hebrea Ha nacido pues en Europa oriental y se transformó en el idioma universal para los judios. El hebreo solamente se habla en Israel.
Fue así que se crearon algunas organizaciones internacionales con la finalidad de instalar esas familias en otros países, nuevos, sin los viejos problemas étnicos y religiosos del viejo mundo y con abundantes tierras vírgenes.
El pueblo de Moisés Ville, en la Provincia de Santa Fé de la Rep. Argentina, fue uno de esos asentamientos.


Quien aparece en esta foto es Shae o Shaike Levin, quien ya representa una persona de tercera edad. El fue el primer Levin en llegar a América, a la Argentina. Fue a comienzos de siglo, por el año 1905. Llegó escapando de la guerra ruso-japonesa. El era tío de mi padre; era hermano del padre de mi padre.

En relación a él, recuerdo lo que me contaban mis abuelos. Los cosacos, eran soldados que dependían directamente del Zar. Se les conocía como: Soldados del Zar. Eran personas de una lealtad ciega al Zar y su regimentación se hacía mediante una leva forzada entre los niños varones de las poblaciones rurales. Aquí ya no importaba origen, raza o religión.

Los chicos eran secuestrados por los soldados y las madres que lloraban y gritaban oponiéndose al despojo, eran insultadas y castigadas. Esos niños eran llevados a los cuarteles en donde se les sometía a un severo régimen de vida y adiestramiento. Se les asignaba a cada uno un potrillo con el cual debía establecer un vínculo de crecimiento y desarrollo a la par de su perfeccionamiento como jinete. La disciplina era rígida con una constante imposición de devoción por el Zar, por quien debían ofrendar los máximos sacrificios y aún la vida. A cambio de ese embozalamiento mental, se les otorgaba inmunidad para ejercer autoridad sin ninguna cortapisa. Eso permite comprender que su pasaje o entrada a cualquier población era vista con pánico y temor por la gente. Se trataba de personas desprovistas de identidad, carente de familia, ajenos a cualquier sentimiento de afecto o compasión, con un único dios: el Zar.
Por ese motivo, el tío Shaike, cuando era niño y según me contaba mi abuela paterna, lo vestían como si fuese una niña, para evitar su requisa.

Cuando grande debió cumplir con el servicio militar y fue movilizado para la guerra ruso-japonesa Con respecto a su azaroso viaje de huída, hay alguna anécdota, recordada por mi padre, quien la relataba con especial entusiasmo cuando estaba presente Dina, la hija mayor del tío Shaike, pues esa historia la hacía enojar. Ahí va: Shaike, que es diminutivo de Shaie, era entonces muy joven, lo que hizo que fuese movilizado para el ejército. Como su odio por los japoneses no era muy grande, decidió por su cuenta tomar el camino contrario y tras muchas peripecias llegó a Londres donde, desde hacía varios años, residía una hermana.


Tras la emoción del encuentro y el deslumbramiento de la gran ciudad, nuestro tío empezó a buscar sin éxito algún rinconcito aislado y con yuyos para cumplir con una cada vez más imperiosa necesidad. Ante el fracaso de su intención optó por franquearle a su hermana la angustia. Esta lo condujo al cuarto de baño y ahí procedió a enseñarle la utilización de los implementos correspondientes, para terminar recomendándole que al finalizar con sus urgencias no se olvidara de tirar de la cadena que ahí colgaba, pero sin explicarle lo que en ese caso sucedería. Nuestro tío cumplió con su natural necesidad y al proceder a tirar de la cadena y ver que se venía el agua, con los pantalones a medio subir, salió gritando: “escapen, que Londres se inunda”. Seguramente, parte o la totalidad de este cuento, haya sido fruto de la inventiva de mi padre. A él le encantaban hacer narraciones de ese género.


Así es como también recuerdo que él contaba que, allí en Rusia, en el medio rural en el que vivían, no había gabinete higiénico ni nada que lejanamente se le pareciese, de tal modo que las necesidades debían cumplirse a campo libre. Si la necesidad ocurría de noche se salía hacia los fondos de la casa y a los efectos de evitar entrar en conflicto con algún vecino no detectado por la oscuridad, era prudente, luego de acuclillarse, extender horizontalmente ambos brazos y hacer con ellos un giro circular que le permitiera asegurarse que no hubiese proximidades de urgencias afines.


Otra de sus anécdotas, del tío Shaike, fue muchos años después, con sus hijos ya grandes. Debió viajar por asuntos de su interés a la ciudad de Santa Fé, por varios días. El era de oficio herrero y en el pueblo tenía una de las herrerías más grandes. Su vestimenta habitual era la clásica camisa rusa, cerrada hacia arriba y a un costado. Por encima llevaba un mandil: un largo delantal protector de cuero para trabajar en la fragua. Cuando surgió lo del viaje a la ciudad, las hijas le obligaron a alterar sus hábitos: le pusieron una camisa y en el cuello una elegante corbata con su delicado nudo. El resultado fue que cuando regresó al cabo de varios días, el nudo estaba como el primer día, pues como no sabía rehacerlo, optó por dormir con la corbata puesta. Era muy religioso y analfabeto pero por todos reconocido por su gran corazón. Era muy querido por todos los familiares, tanto del lado de él, como del lado de la esposa: la tía Raitze (Rosa). Su casa en las vacaciones era el punto de confluencia de toda la numerosa familia, en dónde, además de la generosa hospitalidad y ambiente de sana camaradería, se disfrutaba de la maravillosa y abundante repostería que manaba de las manos y del enorme horno de la tía.

Aquí vemos el grupo familiar compuesto por los tíos; las cuatro hijas que por su orden son: Dina, la 1ª de la derecha, la mayor gemela de la 1ª de la izquierda: Lidia. Le sigue la 2ª de la izquierda Jane y la más joven, al lado de Dina es Nelly, más conocida como Neje. No están en la foto los dos hijos varones: Leive y Lude también mellizos. Los tres niños son: El del medio, el mayor: Coco, hijo de Dina.
El que está en brazos del abuelo es hijo de Lidia y el más chico, en brazos de la abuela: Cacho.

En unas vacaciones grandes, cuando yo ya tenía unos 14 años y ya disponía de la confianza de mi padre para salir solo con el auto, que era un Chevrolet modelo 1929, estando de visita en Moisés Ville, yo era muy solicitado por las chiquilinas para que las sacara a pasear y ahí fue mi primer enamoramiento: una de esas chicas era más o menos de mi edad, era de Santa Fé, sobrina de la tía Raitze. Era muy bonita y se llamaba Líbula, pero como yo era muy tímido, ella nunca se enteró de nada.

En 1907 vino el grueso de la familia Levin: mi abuelo Shmilertze (que viene a ser algo así como Samuel y Ernesto), la abuela Janelke y los seis hijos varones, que por su orden de edad eran: Juan (Iude) mi padre, Boris (Volke); Isaac; Aron (Arke); Marcos (Meier) y el más chico: Simón (Siome). Mi abuela y los más chicos quedaron en Moises Ville y mi abuelo con los más grandes se fueron a la provincia de Santiago del Estero, a lo que se conocía como Colonia Dora.

La Provincia de Santiago del Estero, era un territorio de tierras muy pobres, salitrosas, con un crónico déficit de agua. Lo que mejor se criaba en esas soledades eran cabras. Yo era muy pequeño y sin embargo recuerdo que una o dos veces por semana pasaba el llamado tren aguatero. Iba parando en todos los caseríos y conservo nítida la imagen de las indígenas que iban hacia el tren, llevando sobre su cabeza, asentado sobre una ata, un tarro de unos 15 litros de capacidad y que eran los envases en que se importaba el querosén y la nafta. El guarda del tren cobraba 10 centavos por una lata llena. Como se comprende esa agua tenía como único destino la alimentación en general. A nadie se le ocurría darle otro uso.

La higiene era un rubro desconocido. Yo recuerdo haber visto como las madres hurgaban en las cabelleras de los chiquilines, buscando piojos y se los comían. Igual a lo que se puede ver en algunos zoológicos como práctica de algunos monos. Decían que comerse los piojos era muy eficaz como preventivo de las ictericias.

No dispongo de ninguna foto de mi abuelo paterno, quien por otra parte, murió muy joven, víctima de un carbunco de la cara y que en ese entonces eso era inevitablemente mortal. Cuando eso yo tendría unos tres años, sin embargo tengo un recuerdo no muy preciso de su figura: estatura regular; conformación robusta, afable, de bigote y pequeña pera. Recuerdo cuando estaba en el lecho de muerte, con la cara hinchada y toda la familia reunida en un ambiente de llanto y dolor.

La llegada de mi abuelo paterno con sus hijos mayores a la Colonia Dora, tenía como primer objetivo construir la vivienda para posteriormente traer el resto de la familia. La construcción era de paredes de adobe: barro con bosta de vaca y paja y techado con chapas de cinc. El piso era de tierra bien apisonada. Las aberturas eran confeccionadas con las maderas que conseguían y lo que en general nunca faltaba en la cocina, como testimonio de la vigencia de la tierra natal, era el gran horno cuya boca se abría en una de las paredes del interior de la cocina. De ahí surgían luego las exquisiteces que elaboraban con arte y maestría las mujeres judías rusas. La boca del horno abierto en la cocina, aseguraba una magnífica calefacción en el invierno, que hacía de ese lugar el sitio más agradable de la casa.

La Central administrativa de todas esas colonias, estaba en el pueblo de Moisés Ville. Y como lo deja ver su nombre, era un pueblo de integración totalmente judía. Los que fueron a Colonia Dora, lo hicieron con un contrato por 25 años. Les dieron 2 vacas lecheras y 2 caballos.

La vida en Colonia Dora era angustiante. Pese a que eran gente muy experta en el trabajo de la tierra, esta que tenían ahí era muy mala. No producía nada. Seguir ahí era vegetar en una miseria crónica, sin ningún porvenir para los hijos.

El sueño de la América próspera no pasaba de ser un sueño. Así fue como mi abuelo comenzó a hacer gestiones para que le condonaran la obligación de los 25 años, lo cual finalmente obtuvo. Sin embargo, lo que no obtuvo, fue el consentimiento del Administrador. El Administrador aducía que el caso de mi abuelo podría servir de ejemplo para otros colonos que seguirían el mismo camino y con lo cual la Colonia desaparecería.

Y aquí viene otra anécdota:
Mis abuelos cuando vinieron de Rusia ya lo hicieron casados y con todos los hijos nacidos en Rusia, tanto los maternos como los paternos.Mi abuela paterna era de la familia de los Sirkin, que como ya dije, llegaron a América algunos años antes que los Levin. y algunos se radicaron después en la ciudad de Santa Fé. Fueron de los fundadores de Moises Ville. Era una mujer enérgica que sabía ejercer autoridad, lo cual es fácil de comprender si se tiene en cuenta que tuvo seis hijos varones. Mi abuelo era un hombre tranquilo, y de buena relación con todos.

Cuando obtuvo autorización para abandonar el campo de Colonia Dora, lo hizo llevándose con él, un ternero que había nacido en el campo, en el tiempo que vivió en él.

Cuando el Administrador se enteró, acusó a mi abuelo de apropiación de un bien ajeno, pues su argumento era que nació de una de las vacas que se le dio al comienzo. Mi abuelo adujo que al haber nacido luego de estar radicado en el campo, lo transformó en propietario. El resultado fue que mi abuelo fue detenido. Este acontecimiento indignó a todos los vecinos quienes expresaron su solidaridad a mi abuela exaltando la violencia de su ánimo. El resultado fue que habiendo concurrido el Administrador a la colonia, mi abuela, luego de armarse de un robusto palo, le dio una soberana paliza a ese señor, ante el aplauso de los vecinos. Hubo una nueva instancia judicial, pero sin consecuencias. Contaba mi padre, que la abuela fue llevada detenida en tren a la ciudad de Santa Fé para ser juzgada. Como guardia iba un agente de policía, quien llevaba el palo con el cual apaleó al Administrador y que era algo asi como la prueba del delito. El hecho fue que al llegar a Santa Fé, el palo no aparecía y no pasó nada.


Esta foto corresponde a la familia de Minond, de Ceres, en la Provincia de Santa Fe. Eran tíos de mi padre. Ella, la tía Guitel, era hermana de mi abuela paterna y él era Moises Minond, farmacéutico. Los hijos eran: José y Chiche.

José era 1 año mayor que yo. Como se puede apreciar en la foto, que debe tener más de 70 años, era gente de un nivel social y económico superior al nuestro. Con José éramos compañeros de año, en la única escuela que estaba frente a la casa de ellos. Eso era motivo de que al salir de clase, en horas de la tarde, me invitaran a tomar la merienda. Yo estaba deslumbrado por las comodidades con que vivían. Tenían cuarto de baño, con bañera y pileta, aunque sin inodoro. El excusado estaba en el fondo y tenía un asiento de madera, con un agujero, que hacía de inodoro.
En mi casa solamente había una letrina primitiva: en el fondo del terreno había una pequeña casucha maloliente, nutrida de moscas y en el piso de tierra, había un agujero sobre el que había que acuclillarse y tratar de embocarlo. El agujero iniciaba un conducto que comunicaba con el pozo negro. Yo no conocía el papel higiénico. Cualquier papel, de cualquier origen, lo sustituía.
Tenían teléfono. Como José era algo mayor y algo más grande que yo, la tía me regalaba las ropas que le dejaban de servir y que para mi resultaban un lujo.


Los dos José concurrían a la Sinagoga, en donde les enseñaban a leer y escribir en idisch. Yo le expuse a mi padre que también quería aprender lo mismo. Mi padre accedió. El maestro que ahí enseñaba, utilizaba una vara de madera, con la cual golpeaba en las manos para reprender. Un día, a mi compañera de banco, le hizo colocar las manos sobre el pupitre para golpearlas y entonces la niña se puso a llorar, lo que motivó que el maestro también le gritara. Esto hizo que yo reaccionara, diciéndole que no debía hacer eso. Fue entonces que decidió castigarme a mí, ante lo cual yo disparé hacia el fondo del salón y me subí a una mesa que ahí había. Dio la orden a los otros chicos para que me agarraran. Entonces yo tomé una escoba y amenacé con golpear al primero que se me acercara. En un momento vi una puerta lateral que estaba entreabierta; salté hacia ella y escapé. Cuando llegué a casa le conté a mi madre lo sucedido. Más tarde, cuando vino mi padre, le relaté todo lo sucedido, con todos los detalles. Me escucho y no me dijo nada. Horas después oí y vi que venía el maestro a charlar con mi padre. Mi mayor satisfacción fue cuando rato después, escuché a mi padre que en voz alta le decía que se fuese de inmediato antes de que le rompiera el alma a patadas y que supiera que yo no le pisaría nunca más su sinagoga. Después de esto, mi padre aprobó mi conducta.

Recuerdo el primer cine que hubo en Ceres, en una esquina de la calle principal. Las películas que se proyectaban eran en ese entonces, mudas, en blanco y negro y entre los cuadros de imágenes se intercalaban otros con las leyendas de los diálogos. Se proyectaba un rollo, lo cual duraba unos ocho minutos. Al terminar se prendía la luz y entonces el operador revertía el rollo y al terminar colocaba el siguiente. Todo ese tiempo era el entre-acto y que duraba varios minutos. Una película corta, generalmente cómica, tenía tres actos y una película larga, de fondo, era de ocho a doce actos. En general el ambiente de la sala era amenizado por música de algún fonógrafo. En los cines de las ciudades, en las funciones nocturnas, era común la música de orquesta y si la cosa era de mayor jerarquía, podía haber dos orquestas que se alternaban. En las noches calurosas del verano, era frecuente que la función se hiciera al aire libre o bajo algún techo. Mis artistas predilectos eran: Tom Mix, Buck Jones, Carlitos Chaplin, el Gordo Tripitas, Harold Lloyd, Mary Pickford, Leonel Barrymore, Lon Chaney, etc.

Esta fotografía es de mi abuela paterna.

La que sigue es de mi abuelo materno. El falleció en Buenos Aires el 27 de setiembre de 1931, muy poco después de nuestra radicación en Paysandú (Uruguay).

La siguiente foto es de mi abuela materna. Falleció en Young (Uruguay) el 29 de diciembre de 1938, a los 67 años.

Esta es una foto de un retrato a lápiz, de mi madre. El retrato a lápiz fue hecho a partir de una foto, como era lo habitual en ese entonces en que no había otros procedimientos de ampliación de fotografías. Falleció el 22 de enero de 1927, en Ceres, a la edad de 33 años.




Esta foto es de mi padre. Se le ve muy joven. Creo que es de la época de su casamiento.










Esta foto es de mi padre y corresponde al año 1927 cuando obtuvo la libreta de enrolamiento argentina, es decir la ciudadanía. Es el mismo año del fallecimiento de mi madre. El falleció el 23 de setiembre de 1943, en Montevideo.


Vamos a ocuparnos un poco de mi familia materna (...Aronson ó Arenzon...), de la cual no poseo tantos datos detallados, ni fechas. Sé que al igual que la familia de mi padre, eran originarios de Ucrania. Sé que vivían a orillas del río Dnieper, por las referencias que oía a las capacidades natatorias de mi madre, que en ese entonces era una adolescente, que cruzaba el río a nado.


Cuando llegaron a la Argentina, fueron radicados en la colonia La Marina de La Criolla, cerca de la actual ciudad de Ceres, en el norte de la Provincia de Santa Fe.


Mis abuelos maternos tenían seis hijos: tres varones y tres mujeres. La mayor era Ana, (Jane) mi madre; le seguía Arón (Arque); Abraham (Avrumke); León (Leibke); Catalina (Katie) y Berta (Betie), la menor, posteriormente mi madrastra.


Nunca supe bien como, viviendo en zonas tan distantes, mi padre conoció a mi madre. Simón, poco antes de morir me lo aclaró. Mi padre era muy andariego y con frecuencia viajaba a Ceres, en donde tenía dos tías, hermanas de su madre. Fue en oportunidad de alguno de esos viajes, que conoció a mi madre. Recuerdo que en sus frecuentes relatos sobre sus viajes en tren, para visitar a su novia, decía que solía hacerlo en trenes de carga, pues por una módica propina el guarda le permitía viajar en el furgón de cola, pero a medida que el amor iba en progreso, sus urgencias de ver a su amada eran mayores, y así fue como consiguió que el maquinista lo llevara en la locomotora, para llegar antes.

Esta fotografía, muy antigua y de muy poco contraste, tiene escrito al dorso: “Señor Juan Levin. Colonia Montefiori. Provincia Santa Fé. República Argentina.” Por ese motivo, creo que corresponde a la boda de mis padres, siendo ellos los que están sentados. Me parece que el que tiene la mano sobre el hombro de mi padre, es Isaac.

Cuando mis abuelos paternos se fueron de Colonia Dora, se radicaron en Ceres. Creo que fue en la Colonia Montefiori, que era donde vivían mis abuelos maternos, que se casaron mis padres. Fue en Ceres dónde yo nací el 6 de octubre de 1915. Tengo recuerdos muy vagos del Ceres de aquellos tiempos pues yo era muy pequeño. Recuerdo que una tarde, en Ceres, estando mi padre ausente, se acercaba una amenazadora tormenta.

Mi madre, que era muy temerosa de las mismas, cerró la casa y nos fuimos a la de mis abuelos. Cuando se descolgó la tormenta, fue un verdadero ciclón. Recuerdo que yo estaba junto a mi abuelo quien se afirmaba fuertemente contra la puerta para evitar que el viento la abriera. Recuerdo que a través de los vidrios veíamos volar las chapas de cinc. Yo en algún momento lloré pidiendo a mi madre que me cubriera con sus brazos.

En cierto momento se desmoronó la pieza que hacía de cocina. Pasado el temporal, cuando fuimos a ver qué pasó con nuestra casa, solo encontramos escombros y lo único rescatable fue la cabeza de la máquina de coser. Mi madre lloraba desconsoladamente al ignorar la suerte corrida por mi padre. Esto se aclaró al día siguiente cuando regresó sano y salvo.

Otro recuerdo muy vago que tengo de mi madre es que tuvo una infección en un costado del cuello y que el médico tratante le diagnosticó carbunco y como tratamiento le hizo una cauterización con una punta de hierro al rojo.

Cuando mis abuelos paternos se fueron de Colonia Dora, sus hijos se desperdigaron. Mi padre, Juan, según vagas referencias que tengo, anduvo por el Chaco trabajando en los obrajes de los quebrachales. Luego se dedicó a viajes de negocios que luego explicaré. El siguiente, Boris, se fue a Moisés Ville, para ahí, junto al tío Sahie, aprender el oficio de herrero. Isaac en Ceres consiguió ingresar como mandadero en la estación del ferrocarril y en donde progresó rápidamente. Aron tomó sus pìlchas y se fue a Buenos Aires. Marcos entró de lava frascos en la farmacia del tío Minond en Ceres y en cuanto a Simón todavía era muy pequeño para dejar las faldas de su madre.

En Ceres fue donde mi abuelo contrajo el carbunco que lo llevó a la muerte. Tengo un recuerdo vago de cuando estaba en la cama y todos con cara de llanto. No había curación posible, en ese entonces. Luego de la muerte de mi abuelo, los hijos decidieron que la madre se fuese con Simón a Buenos Aires y que entre todos ellos se encargarían de mantenerla. Así fue. Mis abuelos maternos siguieron en su chacra de la colonia La Marina o Montefiori por más tiempo. Sin embargo, el hijo mayor Aron se casó, los otros dos hijos varones también se fueron, buscando nuevos horizontes, quedando al final solamente con la hija menor, Betty, por cuanto la mayor que esta: Catalina, se fue a vivir con nosotros. Eso motivo que mis abuelos maternos se resolvieran por irse también a Buenos Aires, que era el gran polo de atracción, sobre todo para mi abuela, porque mi abuelo era una persona sin ningún tipo de capacitación: totalmente analfabeto, sin ningún manejo del idioma español, sin un centavo, con los hijos sin capacidad de aportar nada para el mantenimiento de los padres, ese traslado a la gran ciudad fue un viaje hacia la miseria. Luego volveremos sobre este tema.


Este hermoso chiquilín sobre el caballito, soy yo. Esta foto es del año 1918.












Vamos a hacer un breve intervalo geográfico.


Viajando hacia el norte, uno se encontraba con el río Salado, con aguas muy salitrosas y que descendía buscando el Paraná. Hasta él llegaban los dominios del gobierno nacional, quien tenía apostado en ella la gendarmería que era la milicia de frontera. Más allá, era el asentamiento de tribus indígenas cuyo status convenido con el gobierno nacional era la organización tribal, bajo la conducción de un cacique reconocido. Ellos se comprometían a no ingresar al territorio de la gendarmería y estos no ingresaban al de ellos.

Esta estructura era constantemente amenazada por cierta categoría de gente: el gauchaje. El gaucho era un sujeto odiado y temido. Se trataba de gente del ambiente rural, habitualmente contratado para las tareas de las estancias. Su afición al alcohol y su fácil tendencia a usar armas, los transformaba en homicidas. La alternativa a caer en manos de la policía era huir internándose en los espesos montes, en dónde la policía no ingresaba. Ahí se juntaban y se organizaban para efectuar asaltos y asesinatos contra poblaciones y viajeros. Algo que los atraía muchísimo eran los caballos, pues era su herramienta más importante. No les interesaba el dinero, pero si el tabaco y el alcohol. No les resultaban indiferentes las mujeres. Ese era el típico gaucho de la pampa. Odiado por la policía y por los indios.

Mi padre tenía un carro grande de cuatro ruedas, tirado por cuatro caballos muy bien cuidados y muy bien alimentados, cosa que en cualquier momento se les pudiese exigir el máximo rendimiento. En ese carro llevaba variedad de mercancías: alpargatas, botas, caña, tabaco, baratijas variadas como pulseritas, collares, pendientes, anillos, es decir: chafalonía, perfumes, ropas, etc. El destino eran las tribus indígenas, allende el río Salado. Allí mi padre era muy apreciado y siempre esperado. Lo que hacía era trueque. Los indios no manejaban dinero, pero eran grandes cazadores y ellos tenían pieles y plumas muy vistosas que en ese entonces tenían una gran demanda en el mercado europeo. Esas plumas eran usadas como adornos en los sombreros de las damas. El regreso se hacía con el carro cargado con esos productos. l cruce del río Salado era una verdadera odisea, pues su fondo no era firme, por lo que requería la guía de baqueanos que conociesen los lugares más seguros para hacerlo. Cuando mi padre llegaba a la orilla armaba una fogata con mucho humo, la que al ser vista del otro lado, hacía que saliera a su encuentro el baqueano, quien luego ataba la lanza del carro a la cincha de su caballo y con mucha prudencia se iniciaba el cruce. El mismo caballo del indio era baqueano, pues iba tanteando con sus patas delanteras la firmeza del suelo.

El peligro mayor era el regreso, pues el gauchaje ya estaba avisado de la presencia de mi padre, por lo cual era esperado hasta que se retiraban los indígenas.
La persecución de los gauchos solamente podía hacerse por atrás, puesto que los campos, erizados de tacurúes impedían que los caballos pudiesen galopar en cualquier dirección y abordar al carro lateralmente. El tacurú es un montículo hormiguero, rodeado por pozos, que si el caballo mete la pata en ellos se fractura y cae. El abordaje por atrás era el más factible aunque muy difícil. Por un lado debido a la velocidad y resistencia de los caballos y por otro lado, en una situación así, tomaba las riendas mi padre y Lucrecio, el fiel y leal peón de mi padre, muy diestro en el manejo de armas, se acostaba en la parte de atrás y con un revolver en cada mano, era difícil que se le acercara nadie.

Yo recuerdo una noche, en que mi madre se pasaba permanentemente llorando, pensando siempre en lo peor, se escuchaba muy a lo lejos el ruido del galope mezclado al del carro y algún disparo. Los policías se pusieron enseguida en guardia, empuñando máuseres. Al cabo de un corto tiempo aparecieron los viajeros. Los caballos blancos de sudor, algunos cayeron agotados. Pese a que yo era muy pequeño, nunca olvidaré la escena. Cada viaje de mi padre, le costaba años de vida a mi madre.

Fue por ese entonces que nació una hermanita mía, que era unos dos años menor que yo. Se llamaba Zulema. Los calores del verano, unido a la alimentación artificial, hicieron que iniciara un cuadro de vómitos y diarrea que la llevaron a la muerte.

Mi padre estaba realizando sus periódicos viajes hacia el norte, cuando Zulemita se enfermó. Como la nena no mejoraba y dado que en ese entonces había adquirido renombre un médico alemán afincado en un pueblo llamado Hersilia, unos 30 kilómetros al sur de Ceres, sobre el ferrocarril Central Argentino, con mi madre, Katie y la nena nos fuimos en tren a ese pueblo.

Recuerdo que paramos en algo con pretensiones de hotel y que por la noche, me prepararon una taza de café con leche, caliente, que me dejaron sobre la mesa. Como yo era muy chico y casi no alcanzaba la mesa, quise tomar la taza, con la consecuencia que me volqué la leche sobre la cara. Mi madre se alarmó y salimos corriendo a la casa del médico, quien me recetó un linimento aceitoso. Yo marché muy bien porque se trataba de quemaduras muy superficiales, no así mi hermanita que falleció a los pocos días.


Tiempo después mi padre compró un camión Ford T, usado y que requería ajuste del motor. Mi padre tenía algunas nociones mecánicas por lo que vio en algunos talleres, por lo cual resolvió hacer él el trabajo. Sacó y abrió el motor y le hizo un cambio de aros y metal de bielas. El ajuste quedó tan firme, que luego no hubo forma de mover ese motor, por lo cual se le ocurrió un procedimiento de ablande: hacer caminar el camión en cambio, tirado por dos caballos. Lo recuerdo muy bien, porque yo iba parado sobre el asiento. La verdad es que se ablandó. Lo que no recuerdo es cuanto duró. En invierno era un problema hacerlo arrancar. Manija y manija y no había caso. Entonces, abría el capot; desprendía los cables de las bujías y echaba nafta en los hoyuelos donde estas estaban colocadas; les prendía fuego y al apagarse le reponía los cables y con varios manijazos arrancaba.

Otro procedimiento era levantarle una rueda trasera, con lo cual se facilitaba el darle manija, porque la rueda hacía de volante y no requería tanta fuerza. En aquellos modelos todavía no se había inventado la batería y la corriente se originaba con 4 especies de cubos llamados bobinas. Los faros de luz eran a acetileno y la bocina era la llamada “chancho” que se accionaba apretando fuerte un pistón a cremallera. Era común no tener auxiliar y entonces, si pinchaba tenía 2 opciones: una era emparchar la cámara si disponía de los parches que se llamaban “parches eléctricos” aunque no tenían nada de eso; en realidad eran a fuego sin llama. La otra opción era sacar la cubierta y la cámara y seguir la marcha en llanta. Desde luego que la marcha era más lenta, más dificil, con mayor consumo, pero se llegaba. De ahí las expresiones: “Andar en llanta”, “Quedar en llanta”.

Otra de las habilidades de mi padre era tocar el violín. Nunca supe dónde, cuando ni como lo aprendió. Cuando las fiestas en la Colonia Dora, según me contaron, el músico era él, acompañado por un amigo que cantaba amplificando la voz con el megáfono de un fonógrafo de ese entonces. Ambos ejecutantes lo hacían de pié y caminando. Resultaba que se distanciaban entre sí, de tal modo, que lo que uno tocaba no tenía nada que ver con lo que cantaba el otro. Pero la gente se divertía igual. Otra de sus habilidades musicales era tocar la guitarra. Esta vez lo hacía en las reuniones camperas gauchas con motivo de sus viajes. Incluso recuerdo algunas de las relaciones que solía recitar en esas oportunidades:

"Del alto cielo he visto caer aceitunas,
chica linda como vos, no he visto ninguna"

"He mandado hacer dos cajones; no sé si están hechos,
uno para darte comer maíz y en el otro afrecho"

Esta foto es de Ceres. En el patio común de las casas de los tíos Minond y Ruderman. Tíos de mi padre por estar casados con hermanas de mi abuela. En la 1ª fila de arriba, la primera es la tía Guitel, esposa de Minond. La que le sigue es la tía Ientel, esposa de Ruderman.

La que sigue es mi madre. Luego un joven empleado de la farmacia quien tiene en brazos a Chjche, hija de Minond. En la fila de hombres, el 1º es el tío Moisés Minond, idóneo de farmacia y dueño de la misma. Le sigue el tío Naum Ruderman, sastre. El que sigue a este es mi padre. En la fila siguiente: la primera es Rosita Ruderman, hija de Naum y Ientel. La otra es mi tía Katie Arenzon, hermana de mi madre, posteriormente madre de Valentín Berezan.
En la última fila estamos los tres José. El 1º es José Minond, hijo de Moisés y Guitel , el del medio, el mayor de los tres, es José Ruderman, hijo de Naum y Ientel. El tercero, el menor soy yo Los otros José se recibieron de Farmacéuticos y José Minond se doctoró en Química. Murió hace poco tiempo.



A partir de entonces la salud de mi madre comenzó a resentirse. Era vista por distintos médicos pero sin mejoría y eso hizo que mi padre abandonara la vida que estaba haciendo. Incluso, con el consejo de todos los familiares, se resolvió que mi madre debía ir a Buenos Aires. En ese entonces estaba en marcha el embarazo de Samuel.


Recuerdo que un día aparecimos en Buenos Aires. Mi madre, mi padre, Katie y yo. Fuimos a la casa de Isaac, el tercer hermano de mi padre. Alquilaba una sala en calle Salguero, cerca de Corrientes. Esa pieza abría por una puerta a la calle. Adentro estaba dividida por una cortina, en un sector que comunicaba a la calle y era una venta de baratijas, chucherías, etc. En la otra mitad era la vivienda: ahí había una mesita, varias sillas, una cama de 2 plazas, un primus (Primus era la marca registrada de una estufa que funcionaba a gas de queroseno a presión) y cacharros varios. Ahí vivía Isaac con su esposa: Jase y ahora también con nosotros. Para dormir, ampliaron la cama poniendo una fila de sillas contra uno de los bordes de la cama y las almohadas en el otro lado se transformaron en cabecera. Nos ubicamos así: Isaac, Jase, yo, Katie, mi madre, mi padre.

Estas son fotos de mi tío Isaac. Era un hombre extraordinario, muy meritorio. Aprendió solo a leer y escribir y tenía una letra hermosa. Aprendió a manipular el telégrafo Morse, cuando entro de mandadero a la estación de ferrocarril en Ceres. Algunos años después llegó a jefe de esa estación. Fue a EEUU, donde estuvo 2 años y aprendió a hablar inglés y el oficio de marroquinería.

Fue administrador de la empresa naviera que en un tiempo tuvo su hermano Arón. Le tenía terror a los perros y a los enanos. Murió al volcar el auto que manejaba debido al reventón de un neumático. No era fácil conseguirlos debido a la guerra.



Esta foto es de Aron Levin y su esposa Rosa, en luna de miel, en la playa Pocitos de Montevideo, junto al Hotel del mismo nombre de aquel entonces.
La fotografía tiene al dorso la fecha: 14 de enero 1923.





En ese Buenos Aires, el problema de mi padre, era en qué se podía ganar la vida. Empezó a vender géneros en forma ambulante, de puerta en puerta. Lo que se llama "Menajemendel". Mi madre estuvo internada tratándose y en ese ínterin nació Samuel. Mi padre salió en búsqueda de una pieza en alquiler para vivir. El problema era que no aceptaban con criaturas muy pequeñas. Pues el argumento era que en cada pieza vivía una familia de gente que trabaja y que si una criatura lloraba de noche, la gente no podía descansar. Finalmente y ante el fracaso de las tentativas, optó por el engaño. En un inquilinato dijo que yo era el único niño y luego, en forma encubierta, lo entraron a Samuel. Se armó un gran lío y con la exigencia de que nos fuésemos. Mi padre se hizo el malo, les dijo que no se iba y frente a cualquier intento, le iba a romper el alma al encargado. Así fue como con ese argumento tan convincente, las cosas se tranquilizaron por un tiempo.

Esos caserones de inquilinato, generalmente pertenecían a un dueño que no vivía en ellos. Uno de los residentes era el encargado y administrador. Había un reglamento al cual había que ceñirse. Cada habitación tenía una bombilla de luz de unos 40W y no se debía tener prendida más allá de las diez u once de la noche. Los servicios higiénicos era un cuarto común para todos, con ducha solamente de agua fría. La única posibilidad de baño con agua caliente era calentando agua sobre un primus y bañarse en un latón en su pieza.


Este es uno de los tantos conventillos en que vivimos en Buenos Aires. La foto fue tomada por mi tío Arón Levin, hermano de mi padre. Samuel era muy pequeño y aún no se paraba sólo. El piso corresponde a un pasillo en planta alta. La puerta que se ve, es la única abertura de la pieza en que vivíamos: mi madre, mi padre, Katie, Samuel y yo.

La cocina era un gran cajón de embalaje, parado verticalmente a la izquierda de esa puerta, en él había una cocinilla de hierro, de dos hornallas a carbón y en las paredes del cajón mediante sendos clavos, colgados los distintos cacharros para cocinar.


La leche se compraba en la calle a los proveedores que la traían en los tarros de cinc o a los otros que la traían en su envase natural: la vaca. El lechero, vasco o con pinta de vasco, venía con 3 ó 4 vacas, que al compás del cencerro iban hamacando sus ubres. Frente al interesado paraba y ahí ante el deleite de grandes y chicos ordeñaba esa leche que a veces era consumida en el acto.

Esa vida porteña a la cual mi padre nunca se adaptó, unido a lo miserable de todos sus aspectos y dado que mi madre había tenido alguna mejoría, mis padres resolvieron regresar a la provincia.

Nunca supe cuales fueron los factores decisivos, pero esta vez, nos radicamos en un pequeño pueblo llamado Suardi. Es una población en la provincia de Santa Fe, casi junto al límite con la provincia de Córdoba. Allí mi padre alquiló una esquina e instaló en ella una frutería. Suardi significó para mí la concurrencia por primera vez a una escuela. Fue en Suardi, donde por primera vez en mi vida vi una película cinematográfica: Carlitos Bombero, con Carlitos Chaplin. En Suardi fue que vi y escuché tocar una cítara. También ahí tenía un amigo cuyo padre era funebrero. Jugábamos a la escondida, escondiéndonos en los ataúdes.

Poco tiempo estuvimos en Suardi y de ahí volvimos a Ceres, Ya Katie no estaba con nosotros. Vivía con los padres en Buenos Aires. Y creo que ya había iniciado su noviazgo.
Recuerdo que fue cuando ese regreso a Ceres que se instaló la luz eléctrica en el pueblo, lo que significó toda una novedad para mucha gente.

La foto de mi madre con Samuel en brazos, junto a una pared de ladrillos, es de ese entonces y fue tomada por Marcos.

Por esa época fue que presencié el primer accidente de aviación. Había llegado al pueblo una avioneta cuadriplaza, con armazón de tela y ofrecía vuelos de bautismo. En uno de esos vuelos subieron tres hermanos: los hermanos Bono. Cayó el avión en pleno pueblo, murieron los tres hermanos y el piloto sufrió varias fracturas.
A partir de entonces la salud de mi madre nunca se recuperó. Yo siempre oía hablar de anemia.

Mis abuelos maternos estaban en Buenos Aires. Mi abuelo que para subsistir solo podía depender de la fuerza de sus brazos, entró a trabajar en un aserradero para cargar tablones.



El que aquí está sentado es Arón Arenzon el hermano que seguía a mi madre, se dedicaba a trabajos rurales de agricultura. Conoció a Jane Relletz, su futura esposa y se casó:
Esta foto corresponde a la etapa prenupcial. Era un hombre de hábitos rurales y que toda la vida vivió en medio rural. Tuvieron cuatro hijos varones y una mujer, de mayor a menor: José, Bernardo, Naun (Ñato), Leonardo (Lipe) y Matilde (Tila). Durante varios años trabajó asociado con mi padre.
Era un hombre generoso, pero no toleraba nada que pudiese significar un agravio y era famoso en el medio dónde vivía, por la intensidad de sus trompadas. Yo lo he visto pelear y era realmente para compadecerse por su contrincante. Era un esposo amante y un padre ejemplar.



Este es Abraham, el que seguía a Arón. Lo recuerdo como un individuo callado, sereno, en general se mantenía aislado. Era tuerto. Nunca supe en que circunstancias perdió el ojo. Había oído que fue cuando era niño, su padre, mi abuelo, con un látigo, le pegó en el ojo. Conmigo siempre fue muy cariñoso. En los últimos años, buscando algún medio de vida, anduvo y residió en Menafra, en donde aún queda el recuerdo de algunos de sus dichos: “Granada que estás pintona, dijo Arenzon”. Según algunas referencias, le gustaba el truco y las faldas no le eran indiferentes.



En la foto de la derecha, aparecen los tres hermanos menores de mi madre. Betty, la más baja, la primera, es la que estaba en Buenos Aires con los padres. También Katie, la que le sigue. Ambas trabajaban en talleres de costura, contribuyendo al mantenimiento del hogar. Leibke, el hermano que aparece en la foto, en ese entonces era soltero, se había hecho del oficio de parquetista y recorría varias ciudades realizando trabajos. Era un hombre de buena apariencia y que le gustaba vestir bien. Era simpático y amable. De temperamento nervioso e irascible, hacía episodios que años después aprendí que eran pitiáticos (Conjunto de perturbaciones nerviosas o histéricas susceptibles de cura por la sugestión). Era un gran fumador, lo cual finalmente lo llevó a la muerte.














Esta es una vista de la calle principal de Ceres de ese entonces, más o menos, año 1923. Recuerdo que por esos años se agitó mucho a nivel mundial el problema de Sacco y Vanzetti. La arboleda que se ve a la izquierda, es una de las esquinas de la única plaza que había en el pueblo .Uno debe imaginar lo que era una convocatoria así en ese entonces, en que no había televisión, ni radios, ni diarios que llegaran con alguna regularidad.


Aquí estamos nuevamente en Ceres, luego de abandonar Suardi. Rodeando la mesa, estamos mi madre, mi padre, Samuel y yo. Es una casa vieja, con un corredor que da a la calle y es del verano de 1923. Recuerdo que ese día me avisaron que tenía que inscribirme en la escuela. En ese entonces, el trabajo de mi padre consistía en viajes que hacía con un carro, pero a zonas cercanas, por breves períodos, comprando sobre todo: cerda, cueros y plumas.

Esta foto fue tomada por Marcos. Ya se nota el rostro demacrado de mi madre.

Uno de los recuerdos más nítidos que tengo, fue cuando llegó al pueblo un avión, que aterrizó en un campo que quedaba a unas cuatro cuadras de mi casa. Era el año 1926 más o menos. Toda la gente del pueblo marchó hacia ese lugar para ver lo que la mayoría nunca había visto. El avión era de tela, de cabina abierta; de doble ala y las ruedas, aunque algo mas gruesas, parecían de bicicleta. Como era visible que por las nubes en el horizonte, había amenaza de tormenta, el piloto llevó el avión hasta un ángulo del alambrado y ahí procedió a amarrarlo lo mejor posible.

Durante la noche se descolgó una furiosa tormenta con muy fuertes vientos y el espectáculo fue al día siguiente, cuando todos concurrimos al lugar del avión, del cual solo quedaban restos retorcidos y rotos. Era penoso el aspecto de desconsuelo del piloto, cuando cargaban esos restos en carros para llevarlos a la estación del ferrocarril para ahí embarcarlos en un tren de carga. Otro de los recuerdos que tengo de aquellos tiempos, fue cuando se corrió la voz de que en la estación del ferro-carril había un vagón de carga, en el cual había un muerto.

Me fui corriendo y ahí se trataba de un vagón jaula para transporte de ganado. Me trepé hasta cierta altura y pude contemplar el cadáver de un soldado del ejército, que estaba semisentado contra un ángulo del vagón y que tenía destrozada la cabeza. Había sido un accidente y llevaban el cadáver a Santa Fé. La impresión fue tal, que durante muchos días no me podía borrar la imagen.

En mi clase, en la escuela, yo era el más chico, lo cual me hacía vulnerable a las agresiones de los más grandes. De modo que tuve que recurrir a ciertos ingenios. El más grande de mi clase, era un negrito, corpulento, que vivía cerca de mi casa. En general nunca estudiaba y para los deberes era un desastre, por lo cual hicimos un convenio: él me protegía y yo le hacía los deberes. Así fue como uno de mis mejores amigos fue ese negrito.

Cerca de mi casa, había una vieja edificación abandonada y que tiempo atrás había sido una jabonería. Ahí nos reuníamos los chicos para jugar, pero también ahí fue que tuve mis primeras experiencias de fumar. Claro que no era con tabaco, sino con barba de choclo y que armábamos con papel de estraza.

También por ahí cerca, en un costado del terraplén y por efecto de las lluvias, se había formado algo así como una laguna. Recuerdo que una tarde, entre varios amigos, resolvimos pegarnos un baño. Nos quitamos la ropa y zambullimos. Fue una experiencia magnífica. El problema era que más que agua, eso era barro y era de imaginar el aspecto que tenía cuando volví a casa. Mi madre quedó espantada al verme y la consecuencia fue un baño a fondo en un gran latón con buena enjabonadura. Esa experiencia ya no fue tan magnífica.

Recuerdo también que en esa casa, por el año 1926, más o menos, era verano, Katie (Arenzon) vino de paseo desde Buenos Aires, con su hijo Valentín (Berezan) que era muy chico, creo que recién comenzaba a caminar. Pronto Valentín comenzó con diarrea, cosa que en ese entonces era muy grave en los niños pequeños y debieron volverse rápidamente a Buenos Aires, con gran desconsuelo de mi madre ya que el reencuentro de familiares, en esa época, no era muy frecuente ni muy fácil, dados los medios de transporte, las distancias y la falta de medios económicos.

El padre de Valentín (Berezan) era un obrero de la industria de la vestimenta masculina y recuerdo que siempre estaba en huelga. También vivían en una sola pieza y el único lujo que un buen día se dieron, fue la compra de una cama de bronce de dos plazas, con los pies en forma de balcón. Esta novedad circuló rápidamente en el ámbito familiar como signo de progreso.

Capítulo B - Buenos Aires

Después de la muerte de mi madre, Samuel y yo fuimos llevados a Buenos Aires con nuestros abuelos maternos y Betty, quien se prodigó hacia nosotros como una verdadera madre. Vivíamos en una casa de inquilinato en la calle Lambaré, a media cuadra de calle Triunvirato y que ahora es Corrientes. A pocos metros tenía una escuela en la que ingresé a 5º año. Mi otra actividad era ir todos los días al cine, a la función de matinée y seguía todas las películas en episodios. Un vecino de pieza, se sentaba todas las tardes en el patio con un tablero de ajedrez. Yo me pasaba curioseando lo que hacía pues desconocía el juego. Mi vecino me preguntó si me gustaría aprenderlo a lo que respondí afirmativamente. Este buen señor comenzó a impartirme su enseñanza, con la consecuencia que al poco tiempo le ganaba las partidas.


Esta foto es de mi padre junto a dos amigos. Es de poco después de la muerte de mi madre, a juzgar por las señales de luto en la solapa y la corbata negra.
Cada tanto aparecía mi padre, quien venía a visitarnos. Recuerdo que empecé a olfatear que algo había entre mi padre y Betty, lo que no me satisfacía puesto que me resultaba difícil aceptar que mi madre fuese sustituida.


Para ese entonces mi padre había abandonado Ceres y en sociedad con mi tío Arón Aronson establecieron un comercio de ramos generales, típicos de la campaña, en el Pueblo de Portalis (actualmente se llama Logroño), a unos 60 Km. de Ceres, hacia el noreste sobre el ferro-carril Central Norte Argentino, de trocha angosta que venía de San Cristóbal y se internaba en el Chaco.

Mi abuelo trabajaba en un corralón de maderas, acarreando tablones. Betty trabajaba en la máquina de coser en un taller de costura. Recuerdo que un día me regaló un reloj pulsera, pero como no conocía la materia lo compró con pulsera de cinta. Cuando nos enteramos que era reloj para mujer, fue grande la desazón de ambos. Me costó deshacerme de él, porque me gustaba y no me parecía importante el detalle de la pulsera.

Estas son dos fotos de mi padre con su atuendo campero que siempre solía usar. Corresponden a mediados del año 1927.







Esta foto tiene al dorso la fecha: 25 de agosto de 1927, pero lo más interesante es que está dirigida a “Sta. Berta Aronson. Bs.As., de tu querido Juan” y a continuación, una declaración de amor: “Mis ojos lloran por verla y mis labios por hablarle y mis brazos por abrazarla.”
Ahora sé de donde proviene mi veta sentimental y poética.

Esa otra foto, con atuendo urbano, creo que corresponde a la misma época de su vida sentimental.

Así estaban las cosas, cuando más o menos al año, se produce la novedad: mi padre se casa con Betty y se van a vivir a Portalis (hoy Logroño) llevándose a Samuel.

En cuanto a mi, estaban todos de acuerdo en que el mejor lugar para mi era vivir con mi abuela paterna, junto a Simón. Se consideraba que ese era un ambiente de mayor estímulo intelectual. Simón, además de trabajar, estudiaba. Además tendría frecuentes contactos con Arón Levin y con Isaac. Mis relaciones con Simón eran muy buenas; siempre fueron de nivel fraterno. Además en esa época Isaac era secretario y traductor en un diario idish, lo que significaba que nos traía continuamente entradas gratis para distintos cines.


Mis abuelos maternos quedaron solos. Mi abuelo había sido operado de próstata y creo que era un hipertenso. Le aconsejaron abandonar el trabajo en el corralón. Eso hizo que se instalaran en la calle Triunvirato, a pocos metros de donde vivían, con un quiosquito portátil para venta de cigarrillos. Mi abuelo además hacía el reparto de un diario idish. El era completamente analfabeto y no hablaba nada de español. Hablaba idish y ruso. Era un hombre tranquilo y le gustaba, a veces, tomar una copita de una bebida que él se preparaba; creo que era una bebida típicamente rusa: alcohol que diluía con té y le agregaba pimienta. Un día me invitó a que lo probara; ese día no solo vi estrellas sino todo el cosmos.

Esta foto es de mi abuela materna en sus últimos años.

Recuerdo que por ese entonces, de la Embajada de EEUU, le comunicaron a mi abuelo, que un hermano de él que había emigrado a EEUU cuando mi abuelo emigró a la Argentina, había fallecido y había dejado un legado del cual le correspondía una parte y que significaba varios miles de dólares. Se iniciaron trámites. Le planteaban la necesidad de ir a EEUU. El tiempo pasaba y finalmente nunca se supo más nada.

Todas las mañanas, temprano salían con el kiosquito rodante hacia el lugar asignado en la vereda y ahí mi abuela lo atendía sentada junto a él, mientras mi abuelo hacía el reparto de diarios. Recuerdo los días de crudo invierno, la viejita envuelta en gruesas ropas, sentada acurrucada, expuesta al frío y los vientos. Creo que pese a su miseria, eran relativamente felices, pues aquí no temían persecuciones ni progroms.

Yo los visitaba regularmente y me prodigaban muestras de gran afecto. Yo era el nieto mayor, hijo de la hija mayor fallecida a quien mucho querían y creo que eso motivaba una mayor sensibilidad. Recuerdo que una vez mi abuela me obsequió con una cajilla de cigarrillos Partagás que eran muy caros. Lo más interesante era que yo no fumaba, pero igual insistió que lo llevara. Pienso que ella imaginaba que yo ya era grandecito y ya debía iniciarme en las lides de los hombres. En ese entonces yo tendría unos trece años y recuerdo que en el siguiente viaje de vacaciones en tren a la casa de mi padre, abrí esa caja de cigarrillos. Esa primera experiencia de fumar no me resultó muy agradable.

Esos viajes que realizaba una o dos veces en el año, los hacía en tren, en 2ª clase. El trayecto era de unos 700 kilómetros. Salía de Estación Retiro; después de unas cuantas horas llegaba a Rosario y luego de un tramo aún mayor, al día siguiente, llegaba a Ceres. Ahí me iba con mi canasto a la casa de los tíos de mi padre: Minond y Ruderman a esperar que mi padre o mi tío Arke vinieran a buscarme, para llevarme a Portalís o a Tostado.

Recuerdo que en uno de esos viajes, creo que en las vacaciones de invierno, al llegar a Portalís y antes de irme en tren a Tostado, que era dónde en ese entonces vivía mi padre, mi tío Arke me dijo que ya era lo suficientemente grande como para ponerme los pantalones largos y sacó del comercio un par que me hizo vestir. Fue un momento muy emocionante para mi, porque eso significaba algo así como un ascenso en la escala de la personalidad, con un cambio también de responsabilidades y obligaciones. Dejaba de ser niño. En ese entonces yo tendría unos 14 años. Para un adolescente, vestir pantalones largos tenia una carga emotiva considerable, pues le imponía una figuración que lo distanciaba ahora de quien aun seguía usando pantalones cortos.


Estamos ahora en Portalís.
Aquí se ve un corredor detrás del comercio, donde con frecuencia se organizaban churrasqueadas y como se ve, con bastante cerveza. En esta foto, el que aparece en el fondo, con las dos manos hacia adelante, es mi padre, quien era el anfitrión. El que está sentado a la izquierda de la mesa, era el comisario del pueblo, Don Bartolo Basualdo. Otro personaje que solía asistir, era el Juez de Paz, Don Pedro Palacios, gran mamertín, hermano del famoso político socialista Dr. Alfredo Palacios, que fue embajador argentino en Uruguay, muchos años después.













En la foto de la derecha, está mi padre sentado en lo que sería la vereda frente a la puerta esquina del comercio de ramos generales que tenía en Portalis (actulamente Logroño), en sociedad con su cuñado y tío mio: Aron Aronson y que giraba bajo la firma: “Aronson y Levin”. Previo a la iniciación de clases, mi hermano Samuel Levin y su primo José Arenzon, un año mayor que él, fueron a inscribirse en la escuela y cuando les preguntaron por el apellido, ambos dijeron: “Aronson y Levin”.

Una vez que mi tío Arke me fue a buscar a Ceres, era ya de tarde cuando llegó con el Chevrolet verde. Cuando ya viajábamos de regreso, próximo al cementerio de Ceres, mi tío recordó que no había comprado la galleta que le habían encargado. Detuvo la marcha, pero quedó dudando. Le pregunté que problema tenía y me respondió que cuando uno regresa porque olvidó algo, en general le sucede algún percance. Le dije que no creyera en pavadas y entonces regresó. Poco después cuando ya llevábamos la galleta y teníamos recorrido más de la mitad del camino, se nos cruzó un novillo que nos rompió el radiador. Con mucha dificultad pudimos continuar. ¿Quién le convencía entonces a mi tío Arke para que no creyera en supercherías?

Yo en Buenos Aires vivía placenteramente. Estaba siempre pegado a Simón. El me llevaba a cuanto lugar yo pudiese concurrir. Como ven en las fotos de más abajo, iba con él a parques; remo en bote; playas, etc. Recuerdo que me llevó al Teatro Colón a escuchar una orquesta de un Strauss, que tocó “Voces de Primavera” y me gustó muchísimo. Recordando cuanto voy escribiendo ahora, valoro la importancia que tuvo Simón en ese empeño en despertar en mí el interés por manifestaciones artísticas, literarias, políticas, sociales, etc. Pese a las limitaciones que él tenía en ellas. Fue por él y que pese a mi corta edad, tuve noticias de un Anatole France, un José Ingenieros, un Almafuerte, un Emilio Zolá, un Leonardo de Vinci, etc., etc. El me compró lápices Conté y esfumino para que me iniciara en la práctica del dibujo. Un buen día, en que dispuso de unos pesos, compró una máquina de escribir portátil y no es fácil imaginar mi alegría cuando me autorizó a que yo practicara en ella.
Un buen día mi abuela se enteró que desde hacía unos dos años yo usaba braguero. La razón era que cuando vivíamos en Ceres, yo hacía episodios de intenso dolor en la cadera derecha, que me impedía la marcha. Mi padre consultó un buen día con el tío Minond, que era idóneo de farmacia. El me diagnosticó una hernia inguinal y aconsejó el uso del braguero. Luego, en Buenos Aires, cuando mi abuela lo supo, me hizo ver con un médico quien me hizo abandonar el braguero, diciendo que yo nunca había tenido hernia. Recuerdo que estaba tan habituado al braguero, que me costó abandonarlo. Lo que había tenido era una osteo-condritis de Pertes, afección que suele verse sobre todo en varones.
Recuerdo que cuando tenía unos 13 años y vivíamos en la calle Viamonte, a pocos metros, sobre esa calle, existía un famoso conventillo que se llamaba: “Las 14 provincias” y que iba desde la calle Viamonte hasta la calle Córdoba. Tenía dos plantas y en él vivían numerosas familias, cada una en una pieza. Entre ellas, un compañero mío de escuela, al que yo visitaba con frecuencia. No tenía padre y según mi abuela, su madre era prostituta, aunque en ese entonces yo no tenía claro el significado de esa condición.
Tenía otros dos amigos judíos: Isaac Shijman y José Pdehetaske. El primero, el mayor, tenía un hermano poseedor de una imprenta. Entre los tres creamos una sociedad que se denominó:”Centro Juvenil de Cultura Social”. Nos reuníamos en una plaza para discutir cualquier tema. Shijman imprimió en la imprenta del hermano, unas tarjetas de nuestra sociedad en la que registrábamos nuestra asistencia. Debíamos aportar mensualmente una cuota de dinero para formar un fondo. Yo era el tesorero. Una tarde salimos por calle Corrientes y pasamos por un Bar automático, que era una novedad por aquella época. Comenzamos a consumir unos sándwiches y algún vaso de Toddy, que también era novedad y la consecuencia fue que se liquidaron todos nuestros fondos y se terminó la sociedad.
Mi deporte en ese entonces era el patinaje. Patinaba por las calles y las veredas. Patinando me iba desde mi casa hasta la costanera del Balneario, lo cual significaba varios kilómetros a través del tráfico de Buenos Aires. En la costanera me pasaba de 2 a 3 horas patinando. Ahí tenía la barra de patinadores.
Buenos Aires significó para mi algo así como un despegue de ambiciones, tal vez estimulado por mis tíos: Isaac, Simón y Arón. Orientaciones distintas, pero con el mismo fin: la superación. No obstante, me pasaba esperando las vacaciones para irme al campo con mi padre. Ahí me sentía libre y feliz.
En ese entonces, y desde el punto de vista político, yo estaba bajo la influencia antagónica de los dos hermanos: Isaac y Arón. El primero fanáticamente comunista y el 2º rabiosamente anti-comunista. Para mí, el espectáculo más sabroso era cuando ambos se enfrentaban; pero por encima de todo antagonismo primaba el vínculo fraterno pues a ambos los unía un gran afecto. En ese terreno, Simón era menos fogoso, aunque con una franca inclinación hacia la izquierda.
Las fotos que anteceden, las tres primeras fueron tomadas en Palermo y las tres siguientes, en la playa de Quilmes adonde solíamos concurrir con mi abuela y Simón. Quilmes era entonces una ciudad satélite, balnearia y Arón tenía en ella una casa alquilada. Esa era el secreto de nuestros veraneos y que mi abuela me hubiese hecho una salida de baño multicolor que era mi orgullo. El traje de baño no era realmente de un diseño artístico, pero estaba encuadrado dentro de las normas de corrección social.

Los primeros tiempos de vida de las dos familias en Portalis, era muy estrecha.



En esta foto, yo tengo en brazos al 4º hijo de Arke: Leonardo, pero le decían Lipe.


La puerta y ventana que se ven en el corredor daban a la única pieza y en ella dormíamos: Arke, Jane y sus cuatro hijos, mi padre, Betty, Samuel y yo cuando venía en las vacaciones.


Hacia la izquierda de la foto se alcanza a ver parte de un gran tanque de hierro, que tenía una capacidad de 5000 litros. En él se almacenaba el agua de lluvia que recogía el techo de la vivienda y que se utilizaba para beber y en los menesteres de la cocina.

Junto al tanque se observa un cajón y sobre el mismo, un balde con el que se sacaba agua del tanque. Junto al balde había un jarro con el cual se servían todos quienes tenían sed. Como se ve, se infringían absolutamente todas las normas de higiene, que por otra parte, nadie conocía. Al parecer ya todos estaban inmunizados, porque no recuerdo que nadie hubiese tenido algún cuadro infeccioso importante.

En el mismo lugar fueron tomadas las dos fotografías de más arriba: en la primera se ve de pié a Samuel, vestido como para viajar y teniendo parada sobre la silla , creo que a Tila, la hija de Arke. Al fondo se ve una viejita con pañuelo en la cabeza: era la suegra de mi tío Aron.
En la segunda foto están Betty y mi padre en clima almibarado y solamente amargado por el criollísimo vicio del mate.

En esta foto de la izquierda, con el arbolito al medio, están José Arenzon a la izquierda y Samuel Levin a la derecha. Son ellos los que manifestaron su apellido como: Aronson y Levin.


Pasó un tiempo y nació Juanita. A este respecto hubo una anécdota risueña: como en Portalis no había ningún servicio médico, Betty se fue a Moisés Ville a esperar el parto. Estaba en la casa de mi tío Boris, quien vivía allí y tenía un auto de alquiler.

Cuando nació Juanita, le avisaron a mi padre mediante un telegrama. En ese entonces los telegramas eran escritos a mano, sin mucho respeto por la ortografia; además era una imposición de economía, ahorrar palabras. El telegrama decía más o menos así: “Nació nene”.

Ya habían dispuesto previamente que la inscripción en el Registro Civil, la haría mi padre en el Juzgado de Portalis. Con la convicción de que le había nacido un varón, mi padre lo inscribió con los nombres de “Juan Gil”, Juan por el nombre de él y Gil porque le gustaba.

Pasaron varios días y llegaron en el tren: Betty con la hija. Pasados los primeros momentos con la emoción del encuentro, grande fue la sorpresa de mi padre cuando se enteró que su nuevo vástago no era un varón sino una niña.

Luego de la sorpresa vino la alarma al recordar la inscripción en el Registro Civil y a toda prisa fue al encuentro del Juez. El Juez, cuya lucidez estaba habitualmente impregnada de variados ingredientes alcohólicos, le dio rápida solución: le agregó una A a Juan y DE a Gil, con lo cual pasó a llamarse Juana Gilde.

Algunos meses después se produce el traslado de la familia de mi padre hacia el pueblo de Tostado, casi en la frontera con la Provincia de Chaco. Era este un centro importante, unos 60 km al norte de Portalis sobre el ferrocarril Central Norte.


Esta foto izquierda fue tomada en Tostado, en el patio que daba sobre la calle. En ella aparecen Betty con Juanita en brazos y junto a ellas, de pié, Samuel. Esa foto es del año 1930. Por la indumentaria debe ser verano.




En esta otra fotografía (a la derecha) y en otra parte del mismo patio, están mi padre Juan con Juanita en brazos y a su lado: Betty.








En la foto de más abajo, a la izquierda, en el mismo lugar de la casa y en el mismo tiempo,
aparece Betty con Juanita en brazos y a su lado: Berta, la esposa de mi tío Abraham, hermano de mi madre y que pienso que estaba de visita. Esto corresponde seguramente al invierno 1930.

De Tostado hacia el norte se entraba en la provincia del Chaco. Yo tuve oportunidad de ver las fotografías de un acontecimiento sucedido en Tostado, varios años antes: una banda de doce gauchos, entre ellos un chico de unos 10 años, tomaron por asalto la población.

Armaron una cabaña de quebracho en medio de la plaza y en ella se atrincheraron. La policía no se atrevió a enfrentarlos. En el pueblo hacían lo que querían. Vino desde Santa Fe, en ferrocarril, una compañía de infantería del ejército, que los rodearon. No aceptaron la rendición y se inició la balacera. El resultado final fue: todos los gauchos muertos, incluso el chico. Numerosos soldados muertos incluso el oficial que los comandaba. Yo vi la foto del montón de cadáveres. Esos eran los gauchos de aquel entonces.

Fue en Tostado que conocí al Cacique Gorocito. Se había hecho muy amigo de mi padre, en los tiempos que mi padre hacía los viajes hacia esas tolderías. Era un indio grandote, que cuando reía era como si tronara y que se pasaba hablando de su amistad con mi padre, a quien llamaba Juancito. Mi padre contaba que una vez le dio o vendió un despertador, lo puso en marcha y se lo dejó. Al viaje siguiente el indio estaba malo porque el aparato se había parado. Mi padre no le había explicado que la operación de dar cuerda, debía repetirla.

Mi padre compró un fonógrafo, pero solamente tenía unos tres discos y uno de ellos era una especie de marcha dedicada a los uruguayos que habían obtenido el campeonato mundial de football y que empezaba así: “Orientales, hermanos valientes...”. Yo no sabía a quienes se refería, pero lo escuchaba continuamente, porque me gustaba la música. Por esa época se instaló la luz eléctrica en Tostado.

Tiempo después, allá por ese año 1930, mi padre se va a vivir al campo que habían arrendado con el tío Arke, unas 400 hectáreas para hacer ganadería y agricultura. Compraban ganado flaco, lo hacían engordar y luego lo llevaban a las ferias para vender. También hacían algo de agricultura, aunque en forma muy rudimentaria, dadas las disponibilidades mecánicas de ese entonces.
Se araba con arados de discos tirados por caballos y se sembraba al voleo, esto era: marchar a caballo tirando la semilla a puñados. La recolección se hacía cortando las plantas con una segadora tirada por un caballo. Luego se recogía y apilaba en uno o más sitios y posteriormente se contrataba una trilladora para trillar el trigo, que se recogía en bolsas.

A mi me encantaba esa vida de campo. Andar a caballo. Salir a cazar mulitas. Parar rodeo. Trabajo de yerra. En alguna oportunidad integre el equipo de troperos para conducir el ganado hacia alguna localidad.

Cuando me fui a vivir con mi abuela paterna, ingresé a 6º año de escuela. El director llamó a Arón Levin, que era mi tutor, para decirle que yo tenía capacidad para preparar libre el primer año de secundaria. Yo era muy obediente, Arón me dijo que debía hacerlo y lo hice. Le pidieron a Rafael Sirkin, primo de mi padre y brillante estudiante de Ingeniería, que me preparara y así fue como, en poco más de 2 meses, estudié de tal manera que en los dos períodos de exámenes, salvé todas las materias.
Recuerdo que el tribunal de matemáticas averiguo quién me había preparado y lo citaron a Rafael para felicitarlo. Todo esto me gustó y cuando estaba haciendo tercer año, como veía que salía promovido, preparé libre varias materias de cuarto, con el resultado de que al año siguiente en lugar de dar las restantes materias para ingresar a 5º, no di nada y me fui a Portalis Esto, que parece un gran disparate, fue en realidad lo que después promovió mi venida al Uruguay.

Tengo un especial recuerdo del día 6 de setiembre de 1930. Yo estaba haciendo 3º año en el colegio secundario Nicolás Avellaneda y esa mañana llegaron estudiantes universitarios, a la hora de terminar las clases y nos exhortaron a marchar en manifestación, todos, hacia el centro de la ciudad, portando banderas que trajeron y gritando: "abajo Irigoyen". A todos nos gustó la aventura y aunque la mayoría no sabía quien era Yrigoyen y aunque lo supiese, tampoco sabían por qué habrían de gritar ese slogan, todos salimos en manifestación.

A medida que avanzábamos la misma se fue engrosando con nuevos grupos que venían de otros colegios. Al cabo de un cierto tiempo el caudal de muchachos era enorme y ocupábamos la calle Córdoba en todo su ancho a lo largo de varias cuadras, con el grito ensordecedor de: "Abajo Yrigoyen".

Cuando llegamos en las proximidades de mi casa, me desenganché de las filas y me fui. Temprano en la tarde, me fui a visitar a mi tía Katie en donde era recibido con medias lunas o pan con manteca, que me encantaba. Cuando tomé el ómnibus de regreso, el mismo fue detenido y obligaron a que bajara el pasaje. Venía entrando el ejército de Campo de Mayo, que al mando del Gral. José Uriburu tomaría el poder. Esto fue el comienzo de la gran dictadura argentina que duraría muchos años y en lo cual tuvo una enorme gravitación nefasta el estudiantado. Es honesto reconocerlo. Yo me reconozco partícipe, aunque inconsciente e irresponsable, de ese episodio desgraciado. Hacia la tarde mas avanzada, mi abuela no me dejó salir a la calle, porque se oían algunos disparos. A la mañana siguiente, al salir y llegar a la calle Triunvirato vi pegados en las paredes unos grandes carteles que decían más o menos así: "Todo aquel que alterare el orden de cualquier manera, será pasado por las armas". Recuerdo que quedé intrigado porque no sabía el significado de esa frase. En casa le pregunté a mi abuela y ella tampoco sabía. Recién cuando vino Simón y me explicó, empecé a asustarme.
En la 1ª foto que precede, aparece el capataz y único peón; era un paisano magnífico que quedaba deslumbrado con los cuentos que yo le hacía de Buenos Aires. Se llamaba José Gonzalez y era de una habilidad extraordinaria en cualquier actividad campera. El primer chico de sombrero a su derecha es Bernardo Aronson y el otro a su izquierda es Samuel. Los otros 3 chicos son de él. En la foto de caballería, el que está de pie es mi tío Abraham, el 1º a caballo es Samuel; le sigue Gonzalez; luego sigo yo y el último es un hijo de Gonzalez..

En la 3ª foto estoy yo a caballo, bajo una enramada. En la foto más pequeña esta Samuel a caballo llevando a Juanita y finalmente en la última foto se trata de una escena de tarea veterinaria en la que demuestra sus habilidades mi tío Abraham.

Recuerdo que en los últimos tiempos, las dos familias: la de mi padre y la de mi tío Arón Aronson, vivían en ese campo. En la pieza que había hacia la derecha, dormíamos todos los chicos. También estuvieron en algún tiempo, los padres de mi tía Jane: los viejitos Relletz. El abuelo, que veía poco y además era analfabeto. solía rezar por las mañanas. Para eso se colocaba los hábitos correspondientes, se venía a la pieza que hacía de dormitorio nuestro y con la biblia en la mano comenzaba el ritual.
Con mi primo José, a quien llamábamos Jatzquel, buscamos entre nuestros libros escolares uno que tuviese la mayor semejanza con la biblia y se lo sustituimos. Nuestra diversión fue espiar para ver al pobre viejito rezando con un libro de geografía en la mano.
Recuerdo otra vez, en que se hacía un asado bajo la enramada que se ve en una foto y mi padre le dio al viejito un trozo de carne diciéndole que era de pollo. El abuelo lo comió muy complacido, pero cuando luego se enteró que en realidad había sido carne de cerdo, desesperado se metía los dedos hasta la garganta para provocarse el vómito.
En las fotos que siguen, se puede apreciar a Juanita, con su gorro para el sol, cerca de una plantación de maíz.
En otras esta Juanita en brazos de Samuel y luego de pié pero abrazada por mí. Indudablemente que era una chiquilina que inspiraba el afecto de todos.
En esas fotos puede apreciarse el tipo de construcción que relaté. Como armazón de las paredes se usaron los troncos de árboles que se talaron en el campo y sin tiempo para estacionarlos, se usaron verdes, de tal modo que algunos prendieron y comenzaron a brotar. Solamente algunos techos tenían chapas de cinc.

Indudablemente las cosas no marchaban bien y menos para mantener dos familias. Mi padre comenzó a madurar la idea de buscar otros horizontes, pues había oído hablar de otras perspectivas en otras provincias, especialmente en Entre Ríos.
La foto de los chicos sentados sobre el estribo del auto representa la partida de Betty, Juanita y Samuel hacia Buenos Aires. Mi padre ya se había ido a Entre Ríos. Vendieron el comercio que tenían en Portalis. Arke y su familia se vinieron a vivir al campo, pues el continuaría con su explotación. Yo seguiría unos días más dando una mano. Las 2 fotos, de Samuel y mía con sobretodo, corresponden a un tiempito anterior, cuando mi padre nos compró esos abrigos en Ceres.
Vino a trabajar al campo, en tareas agrícolas, que eran su habilidad, un muchacho, llamado de sobrenombre Zize, sobrino de mi tío Arke , pues era hijo de una hermana de Jane que vivían en una chacra a pocos kilómetros del campo. Recuerdo que el padre era un psicópata. Este muchacho, Zize, era muy bueno y muy trabajador. En ese entonces se araba con arado de discos tirado por caballos. Era un trabajo sacrificado, Había que salir muy temprano a juntar y traer los caballos, prenderlos en el arado y salir en una tarea, lenta, saltarina, con cualquier inclemencia del tiempo: frío, garúa, barro y así muchos días para trabajar poco campo.
Recuerdo que la napa de agua subterránea que servía los pozos, estaba muy cerca de la superficie, de tal modo, que en algunas oportunidades, que dependían de las lluvias caídas, su proximidad era tal, que era suficiente con agacharse en su brocal con un balde en la mano, para sacar agua.
En algunas zonas, donde había alguna ligera depresión del terreno, se formaban extensos pantanos que obstruían los caminos. Dado que no había otras alternativas al cruce de esos pantanos, se le ponían cadenas a las ruedas traseras de los automóviles para que no patinaran y aún así era necesario, con frecuencia, acudir al auxilio de varios caballos para tener éxito.
En una oportunidad, en que yo estaba solo en el campo con un peoncito, comenzó a llover copiosamente, durante varios días. Al cabo de ellos, la napa de agua afloró a la superficie y todo se transformó en una inmensa laguna. Atamos los muebles con sogas hacia las cerchas de los techos y dormíamos sobre los techos. Salíamos a las partes altas del campo a cazar mulitas para comer.
Un buen día, por la mañana alcanzamos a ver y oír los rugidos del motor del viejo Chevrolet que avanzaba a duras penas hacia nosotros. Era mi tío Arke que venía a encontrarnos trayendo provisiones. Ese fue un día de fiesta. Ese día, mi tío se consagró como volante sin par en caminos intransitables.

En estas fotos aparecemos el mencionado Zize y yo en tareas campestres.















Pocos días después de estas fotos, este amigo me llevó a Ceres en una chata tirada por caballos y cargada con bolsas de trigo. Ahí yo tomaría el tren para ir a Buenos Aires, en lo que sería mi último viaje antes de irme al Uruguay. Era el año 1931. Yo tenía 15 años.
Esta foto corresponde aproximadamente a esa fecha, es decir a la de trasladarnos al Uruguay. En ella aparecen de izquierda a derecha: Betty, mi abuela materna, es decir, la madre de ambas y Katie.

En la fila de los niños: Juanita; Valentín y su hermana también llamada Juanita, ambos hijos de Katie.

Esta foto seguramente fue tomada en Buenos Aires.


Esta foto, tiene como objeto mostrar el típico Ford T de bigotes de aquellos tiempos. Creo que los faros chicos a los costados del parabrisas, eran lamparillas a querosén. También creo que el que está sentado al medio del 1er. plano, el que sujeta la puerta abierta, era Aron Levin.