jueves, 1 de febrero de 2007

Capítulo B - Buenos Aires

Después de la muerte de mi madre, Samuel y yo fuimos llevados a Buenos Aires con nuestros abuelos maternos y Betty, quien se prodigó hacia nosotros como una verdadera madre. Vivíamos en una casa de inquilinato en la calle Lambaré, a media cuadra de calle Triunvirato y que ahora es Corrientes. A pocos metros tenía una escuela en la que ingresé a 5º año. Mi otra actividad era ir todos los días al cine, a la función de matinée y seguía todas las películas en episodios. Un vecino de pieza, se sentaba todas las tardes en el patio con un tablero de ajedrez. Yo me pasaba curioseando lo que hacía pues desconocía el juego. Mi vecino me preguntó si me gustaría aprenderlo a lo que respondí afirmativamente. Este buen señor comenzó a impartirme su enseñanza, con la consecuencia que al poco tiempo le ganaba las partidas.


Esta foto es de mi padre junto a dos amigos. Es de poco después de la muerte de mi madre, a juzgar por las señales de luto en la solapa y la corbata negra.
Cada tanto aparecía mi padre, quien venía a visitarnos. Recuerdo que empecé a olfatear que algo había entre mi padre y Betty, lo que no me satisfacía puesto que me resultaba difícil aceptar que mi madre fuese sustituida.


Para ese entonces mi padre había abandonado Ceres y en sociedad con mi tío Arón Aronson establecieron un comercio de ramos generales, típicos de la campaña, en el Pueblo de Portalis (actualmente se llama Logroño), a unos 60 Km. de Ceres, hacia el noreste sobre el ferro-carril Central Norte Argentino, de trocha angosta que venía de San Cristóbal y se internaba en el Chaco.

Mi abuelo trabajaba en un corralón de maderas, acarreando tablones. Betty trabajaba en la máquina de coser en un taller de costura. Recuerdo que un día me regaló un reloj pulsera, pero como no conocía la materia lo compró con pulsera de cinta. Cuando nos enteramos que era reloj para mujer, fue grande la desazón de ambos. Me costó deshacerme de él, porque me gustaba y no me parecía importante el detalle de la pulsera.

Estas son dos fotos de mi padre con su atuendo campero que siempre solía usar. Corresponden a mediados del año 1927.







Esta foto tiene al dorso la fecha: 25 de agosto de 1927, pero lo más interesante es que está dirigida a “Sta. Berta Aronson. Bs.As., de tu querido Juan” y a continuación, una declaración de amor: “Mis ojos lloran por verla y mis labios por hablarle y mis brazos por abrazarla.”
Ahora sé de donde proviene mi veta sentimental y poética.

Esa otra foto, con atuendo urbano, creo que corresponde a la misma época de su vida sentimental.

Así estaban las cosas, cuando más o menos al año, se produce la novedad: mi padre se casa con Betty y se van a vivir a Portalis (hoy Logroño) llevándose a Samuel.

En cuanto a mi, estaban todos de acuerdo en que el mejor lugar para mi era vivir con mi abuela paterna, junto a Simón. Se consideraba que ese era un ambiente de mayor estímulo intelectual. Simón, además de trabajar, estudiaba. Además tendría frecuentes contactos con Arón Levin y con Isaac. Mis relaciones con Simón eran muy buenas; siempre fueron de nivel fraterno. Además en esa época Isaac era secretario y traductor en un diario idish, lo que significaba que nos traía continuamente entradas gratis para distintos cines.


Mis abuelos maternos quedaron solos. Mi abuelo había sido operado de próstata y creo que era un hipertenso. Le aconsejaron abandonar el trabajo en el corralón. Eso hizo que se instalaran en la calle Triunvirato, a pocos metros de donde vivían, con un quiosquito portátil para venta de cigarrillos. Mi abuelo además hacía el reparto de un diario idish. El era completamente analfabeto y no hablaba nada de español. Hablaba idish y ruso. Era un hombre tranquilo y le gustaba, a veces, tomar una copita de una bebida que él se preparaba; creo que era una bebida típicamente rusa: alcohol que diluía con té y le agregaba pimienta. Un día me invitó a que lo probara; ese día no solo vi estrellas sino todo el cosmos.

Esta foto es de mi abuela materna en sus últimos años.

Recuerdo que por ese entonces, de la Embajada de EEUU, le comunicaron a mi abuelo, que un hermano de él que había emigrado a EEUU cuando mi abuelo emigró a la Argentina, había fallecido y había dejado un legado del cual le correspondía una parte y que significaba varios miles de dólares. Se iniciaron trámites. Le planteaban la necesidad de ir a EEUU. El tiempo pasaba y finalmente nunca se supo más nada.

Todas las mañanas, temprano salían con el kiosquito rodante hacia el lugar asignado en la vereda y ahí mi abuela lo atendía sentada junto a él, mientras mi abuelo hacía el reparto de diarios. Recuerdo los días de crudo invierno, la viejita envuelta en gruesas ropas, sentada acurrucada, expuesta al frío y los vientos. Creo que pese a su miseria, eran relativamente felices, pues aquí no temían persecuciones ni progroms.

Yo los visitaba regularmente y me prodigaban muestras de gran afecto. Yo era el nieto mayor, hijo de la hija mayor fallecida a quien mucho querían y creo que eso motivaba una mayor sensibilidad. Recuerdo que una vez mi abuela me obsequió con una cajilla de cigarrillos Partagás que eran muy caros. Lo más interesante era que yo no fumaba, pero igual insistió que lo llevara. Pienso que ella imaginaba que yo ya era grandecito y ya debía iniciarme en las lides de los hombres. En ese entonces yo tendría unos trece años y recuerdo que en el siguiente viaje de vacaciones en tren a la casa de mi padre, abrí esa caja de cigarrillos. Esa primera experiencia de fumar no me resultó muy agradable.

Esos viajes que realizaba una o dos veces en el año, los hacía en tren, en 2ª clase. El trayecto era de unos 700 kilómetros. Salía de Estación Retiro; después de unas cuantas horas llegaba a Rosario y luego de un tramo aún mayor, al día siguiente, llegaba a Ceres. Ahí me iba con mi canasto a la casa de los tíos de mi padre: Minond y Ruderman a esperar que mi padre o mi tío Arke vinieran a buscarme, para llevarme a Portalís o a Tostado.

Recuerdo que en uno de esos viajes, creo que en las vacaciones de invierno, al llegar a Portalís y antes de irme en tren a Tostado, que era dónde en ese entonces vivía mi padre, mi tío Arke me dijo que ya era lo suficientemente grande como para ponerme los pantalones largos y sacó del comercio un par que me hizo vestir. Fue un momento muy emocionante para mi, porque eso significaba algo así como un ascenso en la escala de la personalidad, con un cambio también de responsabilidades y obligaciones. Dejaba de ser niño. En ese entonces yo tendría unos 14 años. Para un adolescente, vestir pantalones largos tenia una carga emotiva considerable, pues le imponía una figuración que lo distanciaba ahora de quien aun seguía usando pantalones cortos.


Estamos ahora en Portalís.
Aquí se ve un corredor detrás del comercio, donde con frecuencia se organizaban churrasqueadas y como se ve, con bastante cerveza. En esta foto, el que aparece en el fondo, con las dos manos hacia adelante, es mi padre, quien era el anfitrión. El que está sentado a la izquierda de la mesa, era el comisario del pueblo, Don Bartolo Basualdo. Otro personaje que solía asistir, era el Juez de Paz, Don Pedro Palacios, gran mamertín, hermano del famoso político socialista Dr. Alfredo Palacios, que fue embajador argentino en Uruguay, muchos años después.













En la foto de la derecha, está mi padre sentado en lo que sería la vereda frente a la puerta esquina del comercio de ramos generales que tenía en Portalis (actulamente Logroño), en sociedad con su cuñado y tío mio: Aron Aronson y que giraba bajo la firma: “Aronson y Levin”. Previo a la iniciación de clases, mi hermano Samuel Levin y su primo José Arenzon, un año mayor que él, fueron a inscribirse en la escuela y cuando les preguntaron por el apellido, ambos dijeron: “Aronson y Levin”.

Una vez que mi tío Arke me fue a buscar a Ceres, era ya de tarde cuando llegó con el Chevrolet verde. Cuando ya viajábamos de regreso, próximo al cementerio de Ceres, mi tío recordó que no había comprado la galleta que le habían encargado. Detuvo la marcha, pero quedó dudando. Le pregunté que problema tenía y me respondió que cuando uno regresa porque olvidó algo, en general le sucede algún percance. Le dije que no creyera en pavadas y entonces regresó. Poco después cuando ya llevábamos la galleta y teníamos recorrido más de la mitad del camino, se nos cruzó un novillo que nos rompió el radiador. Con mucha dificultad pudimos continuar. ¿Quién le convencía entonces a mi tío Arke para que no creyera en supercherías?

Yo en Buenos Aires vivía placenteramente. Estaba siempre pegado a Simón. El me llevaba a cuanto lugar yo pudiese concurrir. Como ven en las fotos de más abajo, iba con él a parques; remo en bote; playas, etc. Recuerdo que me llevó al Teatro Colón a escuchar una orquesta de un Strauss, que tocó “Voces de Primavera” y me gustó muchísimo. Recordando cuanto voy escribiendo ahora, valoro la importancia que tuvo Simón en ese empeño en despertar en mí el interés por manifestaciones artísticas, literarias, políticas, sociales, etc. Pese a las limitaciones que él tenía en ellas. Fue por él y que pese a mi corta edad, tuve noticias de un Anatole France, un José Ingenieros, un Almafuerte, un Emilio Zolá, un Leonardo de Vinci, etc., etc. El me compró lápices Conté y esfumino para que me iniciara en la práctica del dibujo. Un buen día, en que dispuso de unos pesos, compró una máquina de escribir portátil y no es fácil imaginar mi alegría cuando me autorizó a que yo practicara en ella.
Un buen día mi abuela se enteró que desde hacía unos dos años yo usaba braguero. La razón era que cuando vivíamos en Ceres, yo hacía episodios de intenso dolor en la cadera derecha, que me impedía la marcha. Mi padre consultó un buen día con el tío Minond, que era idóneo de farmacia. El me diagnosticó una hernia inguinal y aconsejó el uso del braguero. Luego, en Buenos Aires, cuando mi abuela lo supo, me hizo ver con un médico quien me hizo abandonar el braguero, diciendo que yo nunca había tenido hernia. Recuerdo que estaba tan habituado al braguero, que me costó abandonarlo. Lo que había tenido era una osteo-condritis de Pertes, afección que suele verse sobre todo en varones.
Recuerdo que cuando tenía unos 13 años y vivíamos en la calle Viamonte, a pocos metros, sobre esa calle, existía un famoso conventillo que se llamaba: “Las 14 provincias” y que iba desde la calle Viamonte hasta la calle Córdoba. Tenía dos plantas y en él vivían numerosas familias, cada una en una pieza. Entre ellas, un compañero mío de escuela, al que yo visitaba con frecuencia. No tenía padre y según mi abuela, su madre era prostituta, aunque en ese entonces yo no tenía claro el significado de esa condición.
Tenía otros dos amigos judíos: Isaac Shijman y José Pdehetaske. El primero, el mayor, tenía un hermano poseedor de una imprenta. Entre los tres creamos una sociedad que se denominó:”Centro Juvenil de Cultura Social”. Nos reuníamos en una plaza para discutir cualquier tema. Shijman imprimió en la imprenta del hermano, unas tarjetas de nuestra sociedad en la que registrábamos nuestra asistencia. Debíamos aportar mensualmente una cuota de dinero para formar un fondo. Yo era el tesorero. Una tarde salimos por calle Corrientes y pasamos por un Bar automático, que era una novedad por aquella época. Comenzamos a consumir unos sándwiches y algún vaso de Toddy, que también era novedad y la consecuencia fue que se liquidaron todos nuestros fondos y se terminó la sociedad.
Mi deporte en ese entonces era el patinaje. Patinaba por las calles y las veredas. Patinando me iba desde mi casa hasta la costanera del Balneario, lo cual significaba varios kilómetros a través del tráfico de Buenos Aires. En la costanera me pasaba de 2 a 3 horas patinando. Ahí tenía la barra de patinadores.
Buenos Aires significó para mi algo así como un despegue de ambiciones, tal vez estimulado por mis tíos: Isaac, Simón y Arón. Orientaciones distintas, pero con el mismo fin: la superación. No obstante, me pasaba esperando las vacaciones para irme al campo con mi padre. Ahí me sentía libre y feliz.
En ese entonces, y desde el punto de vista político, yo estaba bajo la influencia antagónica de los dos hermanos: Isaac y Arón. El primero fanáticamente comunista y el 2º rabiosamente anti-comunista. Para mí, el espectáculo más sabroso era cuando ambos se enfrentaban; pero por encima de todo antagonismo primaba el vínculo fraterno pues a ambos los unía un gran afecto. En ese terreno, Simón era menos fogoso, aunque con una franca inclinación hacia la izquierda.
Las fotos que anteceden, las tres primeras fueron tomadas en Palermo y las tres siguientes, en la playa de Quilmes adonde solíamos concurrir con mi abuela y Simón. Quilmes era entonces una ciudad satélite, balnearia y Arón tenía en ella una casa alquilada. Esa era el secreto de nuestros veraneos y que mi abuela me hubiese hecho una salida de baño multicolor que era mi orgullo. El traje de baño no era realmente de un diseño artístico, pero estaba encuadrado dentro de las normas de corrección social.

Los primeros tiempos de vida de las dos familias en Portalis, era muy estrecha.



En esta foto, yo tengo en brazos al 4º hijo de Arke: Leonardo, pero le decían Lipe.


La puerta y ventana que se ven en el corredor daban a la única pieza y en ella dormíamos: Arke, Jane y sus cuatro hijos, mi padre, Betty, Samuel y yo cuando venía en las vacaciones.


Hacia la izquierda de la foto se alcanza a ver parte de un gran tanque de hierro, que tenía una capacidad de 5000 litros. En él se almacenaba el agua de lluvia que recogía el techo de la vivienda y que se utilizaba para beber y en los menesteres de la cocina.

Junto al tanque se observa un cajón y sobre el mismo, un balde con el que se sacaba agua del tanque. Junto al balde había un jarro con el cual se servían todos quienes tenían sed. Como se ve, se infringían absolutamente todas las normas de higiene, que por otra parte, nadie conocía. Al parecer ya todos estaban inmunizados, porque no recuerdo que nadie hubiese tenido algún cuadro infeccioso importante.

En el mismo lugar fueron tomadas las dos fotografías de más arriba: en la primera se ve de pié a Samuel, vestido como para viajar y teniendo parada sobre la silla , creo que a Tila, la hija de Arke. Al fondo se ve una viejita con pañuelo en la cabeza: era la suegra de mi tío Aron.
En la segunda foto están Betty y mi padre en clima almibarado y solamente amargado por el criollísimo vicio del mate.

En esta foto de la izquierda, con el arbolito al medio, están José Arenzon a la izquierda y Samuel Levin a la derecha. Son ellos los que manifestaron su apellido como: Aronson y Levin.


Pasó un tiempo y nació Juanita. A este respecto hubo una anécdota risueña: como en Portalis no había ningún servicio médico, Betty se fue a Moisés Ville a esperar el parto. Estaba en la casa de mi tío Boris, quien vivía allí y tenía un auto de alquiler.

Cuando nació Juanita, le avisaron a mi padre mediante un telegrama. En ese entonces los telegramas eran escritos a mano, sin mucho respeto por la ortografia; además era una imposición de economía, ahorrar palabras. El telegrama decía más o menos así: “Nació nene”.

Ya habían dispuesto previamente que la inscripción en el Registro Civil, la haría mi padre en el Juzgado de Portalis. Con la convicción de que le había nacido un varón, mi padre lo inscribió con los nombres de “Juan Gil”, Juan por el nombre de él y Gil porque le gustaba.

Pasaron varios días y llegaron en el tren: Betty con la hija. Pasados los primeros momentos con la emoción del encuentro, grande fue la sorpresa de mi padre cuando se enteró que su nuevo vástago no era un varón sino una niña.

Luego de la sorpresa vino la alarma al recordar la inscripción en el Registro Civil y a toda prisa fue al encuentro del Juez. El Juez, cuya lucidez estaba habitualmente impregnada de variados ingredientes alcohólicos, le dio rápida solución: le agregó una A a Juan y DE a Gil, con lo cual pasó a llamarse Juana Gilde.

Algunos meses después se produce el traslado de la familia de mi padre hacia el pueblo de Tostado, casi en la frontera con la Provincia de Chaco. Era este un centro importante, unos 60 km al norte de Portalis sobre el ferrocarril Central Norte.


Esta foto izquierda fue tomada en Tostado, en el patio que daba sobre la calle. En ella aparecen Betty con Juanita en brazos y junto a ellas, de pié, Samuel. Esa foto es del año 1930. Por la indumentaria debe ser verano.




En esta otra fotografía (a la derecha) y en otra parte del mismo patio, están mi padre Juan con Juanita en brazos y a su lado: Betty.








En la foto de más abajo, a la izquierda, en el mismo lugar de la casa y en el mismo tiempo,
aparece Betty con Juanita en brazos y a su lado: Berta, la esposa de mi tío Abraham, hermano de mi madre y que pienso que estaba de visita. Esto corresponde seguramente al invierno 1930.

De Tostado hacia el norte se entraba en la provincia del Chaco. Yo tuve oportunidad de ver las fotografías de un acontecimiento sucedido en Tostado, varios años antes: una banda de doce gauchos, entre ellos un chico de unos 10 años, tomaron por asalto la población.

Armaron una cabaña de quebracho en medio de la plaza y en ella se atrincheraron. La policía no se atrevió a enfrentarlos. En el pueblo hacían lo que querían. Vino desde Santa Fe, en ferrocarril, una compañía de infantería del ejército, que los rodearon. No aceptaron la rendición y se inició la balacera. El resultado final fue: todos los gauchos muertos, incluso el chico. Numerosos soldados muertos incluso el oficial que los comandaba. Yo vi la foto del montón de cadáveres. Esos eran los gauchos de aquel entonces.

Fue en Tostado que conocí al Cacique Gorocito. Se había hecho muy amigo de mi padre, en los tiempos que mi padre hacía los viajes hacia esas tolderías. Era un indio grandote, que cuando reía era como si tronara y que se pasaba hablando de su amistad con mi padre, a quien llamaba Juancito. Mi padre contaba que una vez le dio o vendió un despertador, lo puso en marcha y se lo dejó. Al viaje siguiente el indio estaba malo porque el aparato se había parado. Mi padre no le había explicado que la operación de dar cuerda, debía repetirla.

Mi padre compró un fonógrafo, pero solamente tenía unos tres discos y uno de ellos era una especie de marcha dedicada a los uruguayos que habían obtenido el campeonato mundial de football y que empezaba así: “Orientales, hermanos valientes...”. Yo no sabía a quienes se refería, pero lo escuchaba continuamente, porque me gustaba la música. Por esa época se instaló la luz eléctrica en Tostado.

Tiempo después, allá por ese año 1930, mi padre se va a vivir al campo que habían arrendado con el tío Arke, unas 400 hectáreas para hacer ganadería y agricultura. Compraban ganado flaco, lo hacían engordar y luego lo llevaban a las ferias para vender. También hacían algo de agricultura, aunque en forma muy rudimentaria, dadas las disponibilidades mecánicas de ese entonces.
Se araba con arados de discos tirados por caballos y se sembraba al voleo, esto era: marchar a caballo tirando la semilla a puñados. La recolección se hacía cortando las plantas con una segadora tirada por un caballo. Luego se recogía y apilaba en uno o más sitios y posteriormente se contrataba una trilladora para trillar el trigo, que se recogía en bolsas.

A mi me encantaba esa vida de campo. Andar a caballo. Salir a cazar mulitas. Parar rodeo. Trabajo de yerra. En alguna oportunidad integre el equipo de troperos para conducir el ganado hacia alguna localidad.

Cuando me fui a vivir con mi abuela paterna, ingresé a 6º año de escuela. El director llamó a Arón Levin, que era mi tutor, para decirle que yo tenía capacidad para preparar libre el primer año de secundaria. Yo era muy obediente, Arón me dijo que debía hacerlo y lo hice. Le pidieron a Rafael Sirkin, primo de mi padre y brillante estudiante de Ingeniería, que me preparara y así fue como, en poco más de 2 meses, estudié de tal manera que en los dos períodos de exámenes, salvé todas las materias.
Recuerdo que el tribunal de matemáticas averiguo quién me había preparado y lo citaron a Rafael para felicitarlo. Todo esto me gustó y cuando estaba haciendo tercer año, como veía que salía promovido, preparé libre varias materias de cuarto, con el resultado de que al año siguiente en lugar de dar las restantes materias para ingresar a 5º, no di nada y me fui a Portalis Esto, que parece un gran disparate, fue en realidad lo que después promovió mi venida al Uruguay.

Tengo un especial recuerdo del día 6 de setiembre de 1930. Yo estaba haciendo 3º año en el colegio secundario Nicolás Avellaneda y esa mañana llegaron estudiantes universitarios, a la hora de terminar las clases y nos exhortaron a marchar en manifestación, todos, hacia el centro de la ciudad, portando banderas que trajeron y gritando: "abajo Irigoyen". A todos nos gustó la aventura y aunque la mayoría no sabía quien era Yrigoyen y aunque lo supiese, tampoco sabían por qué habrían de gritar ese slogan, todos salimos en manifestación.

A medida que avanzábamos la misma se fue engrosando con nuevos grupos que venían de otros colegios. Al cabo de un cierto tiempo el caudal de muchachos era enorme y ocupábamos la calle Córdoba en todo su ancho a lo largo de varias cuadras, con el grito ensordecedor de: "Abajo Yrigoyen".

Cuando llegamos en las proximidades de mi casa, me desenganché de las filas y me fui. Temprano en la tarde, me fui a visitar a mi tía Katie en donde era recibido con medias lunas o pan con manteca, que me encantaba. Cuando tomé el ómnibus de regreso, el mismo fue detenido y obligaron a que bajara el pasaje. Venía entrando el ejército de Campo de Mayo, que al mando del Gral. José Uriburu tomaría el poder. Esto fue el comienzo de la gran dictadura argentina que duraría muchos años y en lo cual tuvo una enorme gravitación nefasta el estudiantado. Es honesto reconocerlo. Yo me reconozco partícipe, aunque inconsciente e irresponsable, de ese episodio desgraciado. Hacia la tarde mas avanzada, mi abuela no me dejó salir a la calle, porque se oían algunos disparos. A la mañana siguiente, al salir y llegar a la calle Triunvirato vi pegados en las paredes unos grandes carteles que decían más o menos así: "Todo aquel que alterare el orden de cualquier manera, será pasado por las armas". Recuerdo que quedé intrigado porque no sabía el significado de esa frase. En casa le pregunté a mi abuela y ella tampoco sabía. Recién cuando vino Simón y me explicó, empecé a asustarme.
En la 1ª foto que precede, aparece el capataz y único peón; era un paisano magnífico que quedaba deslumbrado con los cuentos que yo le hacía de Buenos Aires. Se llamaba José Gonzalez y era de una habilidad extraordinaria en cualquier actividad campera. El primer chico de sombrero a su derecha es Bernardo Aronson y el otro a su izquierda es Samuel. Los otros 3 chicos son de él. En la foto de caballería, el que está de pie es mi tío Abraham, el 1º a caballo es Samuel; le sigue Gonzalez; luego sigo yo y el último es un hijo de Gonzalez..

En la 3ª foto estoy yo a caballo, bajo una enramada. En la foto más pequeña esta Samuel a caballo llevando a Juanita y finalmente en la última foto se trata de una escena de tarea veterinaria en la que demuestra sus habilidades mi tío Abraham.

Recuerdo que en los últimos tiempos, las dos familias: la de mi padre y la de mi tío Arón Aronson, vivían en ese campo. En la pieza que había hacia la derecha, dormíamos todos los chicos. También estuvieron en algún tiempo, los padres de mi tía Jane: los viejitos Relletz. El abuelo, que veía poco y además era analfabeto. solía rezar por las mañanas. Para eso se colocaba los hábitos correspondientes, se venía a la pieza que hacía de dormitorio nuestro y con la biblia en la mano comenzaba el ritual.
Con mi primo José, a quien llamábamos Jatzquel, buscamos entre nuestros libros escolares uno que tuviese la mayor semejanza con la biblia y se lo sustituimos. Nuestra diversión fue espiar para ver al pobre viejito rezando con un libro de geografía en la mano.
Recuerdo otra vez, en que se hacía un asado bajo la enramada que se ve en una foto y mi padre le dio al viejito un trozo de carne diciéndole que era de pollo. El abuelo lo comió muy complacido, pero cuando luego se enteró que en realidad había sido carne de cerdo, desesperado se metía los dedos hasta la garganta para provocarse el vómito.
En las fotos que siguen, se puede apreciar a Juanita, con su gorro para el sol, cerca de una plantación de maíz.
En otras esta Juanita en brazos de Samuel y luego de pié pero abrazada por mí. Indudablemente que era una chiquilina que inspiraba el afecto de todos.
En esas fotos puede apreciarse el tipo de construcción que relaté. Como armazón de las paredes se usaron los troncos de árboles que se talaron en el campo y sin tiempo para estacionarlos, se usaron verdes, de tal modo que algunos prendieron y comenzaron a brotar. Solamente algunos techos tenían chapas de cinc.

Indudablemente las cosas no marchaban bien y menos para mantener dos familias. Mi padre comenzó a madurar la idea de buscar otros horizontes, pues había oído hablar de otras perspectivas en otras provincias, especialmente en Entre Ríos.
La foto de los chicos sentados sobre el estribo del auto representa la partida de Betty, Juanita y Samuel hacia Buenos Aires. Mi padre ya se había ido a Entre Ríos. Vendieron el comercio que tenían en Portalis. Arke y su familia se vinieron a vivir al campo, pues el continuaría con su explotación. Yo seguiría unos días más dando una mano. Las 2 fotos, de Samuel y mía con sobretodo, corresponden a un tiempito anterior, cuando mi padre nos compró esos abrigos en Ceres.
Vino a trabajar al campo, en tareas agrícolas, que eran su habilidad, un muchacho, llamado de sobrenombre Zize, sobrino de mi tío Arke , pues era hijo de una hermana de Jane que vivían en una chacra a pocos kilómetros del campo. Recuerdo que el padre era un psicópata. Este muchacho, Zize, era muy bueno y muy trabajador. En ese entonces se araba con arado de discos tirado por caballos. Era un trabajo sacrificado, Había que salir muy temprano a juntar y traer los caballos, prenderlos en el arado y salir en una tarea, lenta, saltarina, con cualquier inclemencia del tiempo: frío, garúa, barro y así muchos días para trabajar poco campo.
Recuerdo que la napa de agua subterránea que servía los pozos, estaba muy cerca de la superficie, de tal modo, que en algunas oportunidades, que dependían de las lluvias caídas, su proximidad era tal, que era suficiente con agacharse en su brocal con un balde en la mano, para sacar agua.
En algunas zonas, donde había alguna ligera depresión del terreno, se formaban extensos pantanos que obstruían los caminos. Dado que no había otras alternativas al cruce de esos pantanos, se le ponían cadenas a las ruedas traseras de los automóviles para que no patinaran y aún así era necesario, con frecuencia, acudir al auxilio de varios caballos para tener éxito.
En una oportunidad, en que yo estaba solo en el campo con un peoncito, comenzó a llover copiosamente, durante varios días. Al cabo de ellos, la napa de agua afloró a la superficie y todo se transformó en una inmensa laguna. Atamos los muebles con sogas hacia las cerchas de los techos y dormíamos sobre los techos. Salíamos a las partes altas del campo a cazar mulitas para comer.
Un buen día, por la mañana alcanzamos a ver y oír los rugidos del motor del viejo Chevrolet que avanzaba a duras penas hacia nosotros. Era mi tío Arke que venía a encontrarnos trayendo provisiones. Ese fue un día de fiesta. Ese día, mi tío se consagró como volante sin par en caminos intransitables.

En estas fotos aparecemos el mencionado Zize y yo en tareas campestres.















Pocos días después de estas fotos, este amigo me llevó a Ceres en una chata tirada por caballos y cargada con bolsas de trigo. Ahí yo tomaría el tren para ir a Buenos Aires, en lo que sería mi último viaje antes de irme al Uruguay. Era el año 1931. Yo tenía 15 años.
Esta foto corresponde aproximadamente a esa fecha, es decir a la de trasladarnos al Uruguay. En ella aparecen de izquierda a derecha: Betty, mi abuela materna, es decir, la madre de ambas y Katie.

En la fila de los niños: Juanita; Valentín y su hermana también llamada Juanita, ambos hijos de Katie.

Esta foto seguramente fue tomada en Buenos Aires.


Esta foto, tiene como objeto mostrar el típico Ford T de bigotes de aquellos tiempos. Creo que los faros chicos a los costados del parabrisas, eran lamparillas a querosén. También creo que el que está sentado al medio del 1er. plano, el que sujeta la puerta abierta, era Aron Levin.

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