jueves, 1 de febrero de 2007

Capítulo C - Uruguay

Cuando ya estábamos en Buenos Aires, supimos que mi padre había llegado a Concordia. De ahí pasó a Salto y luego llegó a Paysandú, destino al cual íbamos nosotros a su encuentro.

Mi ida era por poco tiempo pues debía regresar a Buenos Aires a continuar mis estudios.
Así fue como en agosto de 1931, en el Vapor de la Carrera, que en ese entonces hacía el trayecto desde Buenos Aires hasta Concordia, tocando los puertos uruguayos, llegamos a Paysandú. Eran los viejos barcos de Mihanovich, movidos por dos grandes ruedas con paletas a un lado y otro de la nave que lo hacían remontar lentamente por el río Uruguay. Tenía 1ª y 3ª clase. La 2ª clase, yo no la conocí si es que la tenía. Desde luego que Betty, Samuel, Juanita y yo (José Levin), viajábamos en 3ª.
Los camarotes eran una bodega común para todos los viajeros del mismo sexo. Los niños acompañaban a las madres.
En el de los hombres, se trataba de cuchetas una a continuación de otra y en dos pisos. La ropa de cama era de color azul oscuro, lo cual se prestaba para disimular las irregularidades de aseo.


Al acostarse, la cabeza se orientaba hacia la cabeza del anterior y los pies hacia los pies del siguiente; pienso que eso era para evitar la cercanía de la nariz con los pies del vecino.
No faltaban algunos viajeros que para amenizar la marcha se empinaban en tragos alternados con una gruesa damajuana que luego derivaba en groseras exclamaciones, desafíos, algunos eructos o vómitos y que finalmente obligaba a que algunos optaran por ir a tomar el fresco a cubierta. No hablemos de los gabinetes higiénicos. Había que convivir. Después de todo, era un viaje que empezaba en la tarde de un día y terminaba en la tarde del siguiente.
Recuerdo la llegada a Paysandú como un acontecimiento de serenidad. El puerto tranquilo, agradable, con muy poca gente. Allí estaba mi padre (Juan Levin) esperándonos. Un auto de alquiler nos llevó a nuestra nueva residencia en una vieja casa en la calle 8 de Octubre, la actual Leandro Gómez, a pocos metros de calle Asamblea, la actual S. Pereda.
Un amplio zaguán brindaba entrada a un espacioso patio, que en uno de sus lados tenía un aljibe que compartía con la casa vecina y de la cual estaba separada por un muro. En el frente y a un lado del zaguán, con el cual comunicaba, había una amplia sala con dos ventanas hacia la calle. En ella se instalaría, a los pocos días, la flamante Tintorería a vapor “La Primavera”. La incorporación de máquinas a vapor para el planchado de trajes y sombreros, era en ese entonces una novedad en Paysandú y recuerdo que la gente se detenía frente a las ventanas para contemplar su funcionamiento.

Cuando mi padre llegó a Paysandú, paró en un hotel de media estrella, en donde conoció a una persona llamada Jacobo Svirsky quien dijo ser tintorero, sin trabajo, y que pensaba que Paysandú era una buena plaza para instalar una Tintorería con máquinas de planchado a vapor, lo cual en esa época era una novedad. Así fue como mi padre, que desconocía en absoluto ese oficio, se entusiasmó con la idea y echando mano de los pocos pesos que tenía, instaló en sociedad con el Sr. Svirsky la Tintorería “La Primavera”, dada la época del año en ese momento.
En la foto adjunta, tomada en el patio mencionado, aparecen mi padre, entre Betty y Samuel y con Juanita que en ese entonces tenía unos dos años. La persona que aparece al fondo es un amigo de mi padre, sanducero, de quien recuerdo que se llamaba: Alejandrovich.


En esta otra aparece mi padre en ensayos ciclísticos.
Fue muy poco después de haber llegado nosotros a Paysandú, que llegó la noticia del fallecimiento de mi abuelo materno, en Buenos Aires, el 27 de septiembre de 1931.
Conocer la ciudad de Paysandú, a orillas de un gran río como el Uruguay, con su aspecto tranquilo, sereno; su gente amable, sonriente, me provocó un impacto emocional de simpatía hacia esa, mi nueva residencia paterna.











Recuerdo como algo impactante, a la llegada, cuando pregunté de quien era la estatua ecuestre que veía por la avenida por la cual veníamos y me dijeron que era de Artigas. Tanto en la escuela, como en secundaria, en Buenos Aires, había aprendido que Artigas fue un traidor. Qué distinta es la historia a un lado y otro del río Uruguay. Con el paso de los años me fui desintoxicando de esa cizaña patriotera que traía de la capital porteña. Ahora que llegué a viejo, me siento un uruguayo nacido en la Argentina y así lo hago constar en las boletas de embarque o desembarque cuando viajo.


Samuel y Juanita y en la otra Juanita con intenciones de barrer.

En esta foto se ve a mi padre junto al Sr. Svirsky. El chico al lado era el mandadero.














En la foto aparecen sobre el estante más alto, así como sobre el mostrador, gran cantidad de sombreros. Es que en esa época estaba muy generalizado el uso de los sombreros en los hombres y salir a la calle sin sombrero era como salir semidesnudo.


El Sr. Svirsky manejaba la máquina de planchar trajes y a mi me había adiestrado a manejar la máquina de planchar sombreros.

Los teñidos se hacían en el patio en un gran tacho sobre fuego de leña. Eso no lo convencía a mi padre, dado que en todas las inscripciones decía: teñidos a vapor. Eso hizo que se ingeniara para hacer los teñidos en el mismo salón del frente usando el escape de vapor de la caldera para calentar el agua de teñido. Eso le dio satisfacción técnica y sosiego de conciencia.

Un buen día, llegó de Buenos Aires, Felipe Kuklin, un hermano de Jase, la esposa de Isaac. Era un hombre soltero, cuya especialidad era el trabajo en cueros y que pasaba por una situación económica muy difícil. A mi padre se le ocurrió instalar en Br. Artigas una sucursal de la Tintorería para recibir y entregar trabajos y que funcionara al mismo tiempo como taller de cueros. Mi padre vio que había abundancia de cueros de carpincho y entonces se le ocurrió que sería un buen negocio, curtirlos y trabajarlos para confeccionar el sobrepuesto que cubre el cojinillo en las monturas de caballo que se usaban en Argentina.


Así se comenzó su producción y hubo que cumplir con los requisitos para su exportación. El negocio marchó bien en cuanto a su aceptación, pero no en relación a su rendimiento, motivo por el cual, al cabo de un tiempo, la industria cesó y Felipe se volvió a la Argentina.



En cuanto a la tintorería, al principio las cosas parecían marchar más o menos bien, pero posteriormente hubieron algunos contratiempos: un señor importante trajo un fino traje palm beach blanco para lavar y planchar. Cuando lo pusieron en el agua no se percataron que en uno de los bolsillos había un trozo de grafo de lápiz tinta, con lo cual uno puede imaginarse cómo quedó ese traje y la cara que puso su dueño a quien hubo que indemnizar. Una señora trajo un fino vestido para teñir de un color determinado. El resultado fue un color que no tenía nada que ver con el elegido y también hubo que indemnizar. Pérdida de dinero y prestigio. Mi padre vio que las cosas no marchaban y el producido no daba para mantener dos socios y comenzó a buscar otras posibilidades.

Un buen día, un amigo que tenía auto, lo invitó a conocer un pueblito hacia el sur unos 60 Km. que en ese entonces era una distancia importante dado los malos caminos. Mi padre volvió encantado con el pueblito y le dijo a Betty que le gustaría radicarse en él, instalando una frutería, puesto que no había visto ninguna ahí. Ese pueblito era Young. Le propuso al Sr. Svirsky y este aceptó vender su parte en la sociedad de la tintorería a otra persona y así fue como la familia se radicó en Young. Eso sucedía en el año 1932.

Por esa época y también buscando nuevos horizontes, llegó a Paysandú mi tío Aron Aronson, ex socio de mi padre en Portalis, hermano de mi madre, con toda su familia.

Esta foto, de más abajo, fue tomada en Buenos Aires, cuando embarcaron en el Vapor de la Carrera por el Río Uruguay, hacia Paysandú. En la 1ª fila, de los niños y de izquierda a derecha: José Arenzon, el hijo mayor, el que le sigue: Bernardo Aronson; el 3º Naun Arenzon; en brazos de Arón es Leonardo Arenzon más conocido como Lipe. La niña es Linda Aronson, hija de mi tío Leibke y de Nejame, que vinieron a despedirlos. Junto a Linda y tapado por la baranda está su hermano Saúl Aronson. En 2ª fila de izquierda a derecha: la tía Jane Relletz, esposa de tío Arón Aronson con su hijita Tila Aronson en brazos. Luego el tío Leibke, hermano de Arón. A continuación de Arón, su hermana Katie que también vino a despedirlos. Finalmente Nejame.

Cuando llegaron a Paysandú, alquiló una vieja casona, en calle Washington, que fue panadería en su tiempo y el tío Arón la rehabilitó en ese ramo, con el nombre de Panadería Buenos Aires. Como él no sabía nada de panadería se trajo de Entre Ríos un experto en un pan tipo alemán, con el cual tuvo cierto éxito inicial.

Por la misma época, también vino al Uruguay, el hermano menor de mi padre: mi tío Simón Levin, aún soltero, también buscando nuevos horizontes.

Como se ve y se seguirá viendo, la venida de mi padre al Uruguay, desencadenó una ola de inmigración de la parentela en la misma dirección. Era que la situación económica en la Argentina atravesaba por períodos críticos: había desocupación; el País había iniciado un penoso y prolongado ciclo de dictadura militar; las remuneraciones eran miserables y en general toda la familia tenía un trato íntimo con la miseria, sobre todo los sectores que estaban radicados en la ciudad de Buenos Aires. En las provincias, la vida era más holgada y las posibilidades de trabajo eran mayores. Desde luego, la vida rural en ese entonces, estaba sometida a mayores rigores e inclemencias. En ese entonces, vivir en el campo, era como marginarse de la civilización.

Mi familia pasó a residir a Young. Cuando recién llegó Simón a Uruguay, fue a Young y ahí trabajó al principio repartiendo frutas de la frutería de mi padre y también pan que venía de la panadería de Arke, de Paysandú. El reparto Simón lo hacía en un charrete tirado por una pequeña yegua. Como Simón se compadecía del pobre animal sometido al yugo de tirar la carga, trataba de aliviarla en algo, por lo cual él no iba sobre el charrete sino que caminaba a su lado. También por esos tiempos vino a Young Rajmil con su familia, que en ese entonces estaba integrada por él, Dina y Coco. En los primeros tiempos compartían la casa de mis padres en calle 18 de Julio. Rajmil consiguió trabajo en los Molinos GRAMON, como recibidor de trigo en los galpones que estaban detrás de mi casa y de los cuales se cargaba directamente en los vagones del ferrocarril.

En ese entonces, el tráfico ferroviario era el más importante. Por tierra, la única conexión viable era con Paysandú, aunque el camino era de tierra, con zanjas y pozos. El cruce del Arroyo Negro se hacía por el Paso Ulleste, que era un paso de fondo arenoso, no muy firme, que requería alguna pericia de los automovilistas, para evitar que el coche se atascara; pues en ese caso ya no podía salir por sus propios medios y se hacía necesario conseguir el auxilio de un par de caballos. Esto en cuanto al problema vial, pues en el Paso Ulleste había otro problema, de orden supersticioso y emotivo que transformaba el lugar en zona roja: era la creencia que ese paraje era el lugar de cita para “lobizones”, en las medianoches de los lunes y viernes. Era difícil encontrar algún valiente que se aventurara a cruzar el paso en esas noches.

No existían las actuales Ruta 3 ni tampoco la 25. El camino hacia Algorta era prácticamente intransitable para automóviles. Camino hacia 3 Bocas, no existía. En época de lluvias, el único transporte posible era el tren. El ferrocarril de esta zona era el Midland, inglés, con sus locomotoras negras a vapor.

Entre Paysandú y Young, había también un servicio de ómnibus. Era un camión Chevrolet, al que se le hizo una cabina que tenía unos 8 asientos dobles. Su dueño se llamaba Banchero, quien vestía su invariable traje gris de rayas blancas gruesas, gorra y botas coloradas. El viaje tardaba 5 horas, siempre que no hubiese llovido. Salía a las 5 de la mañana de Paysandú y llegaba a Young a las 10. Luego salía de Young a las 15 y llegaba a Paysandú a las 20 horas. Ese viaje se cumplía dos veces en la semana: lunes y jueves. Todas las semanas traía una tira de lotería que vendía repartida entre varios clientes, uno de los cuales era mi padre. El número era siempre el mismo. Un día, mi padre se fue con su camioncito a 3 Bocas. Ya existía el camino. Vino Banchero y como no estaba mi padre, se lo dejó a un empleado que tenía mi padre y que se llamaba Margolis. Ese día el número salió con la grande. Cuando mi padre regresaba, ignorando tal acontecimiento, los hermanos Donato, que eran también de los favorecidos, le salieron al cruce para comunicarle la novedad.. Como se comprende, mi padre llegó a casa todo emocionado, pero la alegría le duró muy poco, pues ese Sr. Margolis le dijo que él recibió el billete y por consiguiente él era el afortunado. Demás está decir que el Sr. Margolis desapareció de Young.

Al poco tiempo de estar Dina y Rajmil en Young, vinieron: Lidia, hermana melliza de Dina y Iude, también hermano de Dina, algunos años menor y también mellizo del otro único hermano varón: Leive.
En esta foto, obtenida en el parque Marín, aparecen ambos a uno y otro lado de mi figura.
Yo era solo unos pocos meses mayor que Iude, en cambio unos 5 años menor que Lidia. Ella era muy bonita, tenía un hermoso cuerpo y era muy solicitada en los bailes de entonces en el Club Social. Su única amargura era un angioma en un lado de la cara que trataba de disimular con maquillaje.
Iude consiguió trabajo de empleado en el comercio de Marroni y Zugasti y donde más se destacaba era en el fútbol. Era jugador de Nacional.

Como se ve, la venida de mi padre al Uruguay, fue la iniciación del trasiego de gran parte de la familia hacia estos lares. Algunos volvieron a la Argentina pero otros quedaron aquí.
Poco después Simón se trasladó a Paysandú. Su propósito era trabajar pero también estudiar secundaria libre. Los dos pasamos a residir en una pieza del caserón donde vivía el tío Arke y tenía la panadería; en calle Washington. Simón repartía pan con el típico carro de panadero de 2 ruedas, tirado por un caballo. Ganaba 15 pesos por mes, a lo que luego se le agregó 1 pan.
En cuanto a mí, cuando recién llegamos a Paysandú, me hice de algunos amigos, que en un principio nada tenían que ver con el Liceo.
En la 1ª estoy con Svirsky, el socio de mi padre en la tintorería. En la 2ª estoy con Alejandrovich, un gringo macanudo vendedor ambulante y en la 3ª estoy con Ermindo Guliak, un chapista quien conseguía cada tanto algún auto para salir a pasear.

Yo tenía 16 años y esa adolescencia bullía con gran fogosidad, aunque muy disimulada por mi temperamento tímido. Tenía una gran propensión al enamoramiento y era una joven de unos 17 años, hija de la dueña de una pensión, la que en esa primera etapa sanducera, perturbaba mi sosiego sentimental. La realidad era que ahí yo era un competidor en desventaja. La Dulcinea de mis sueños tenía novio con muy serias perspectivas de muy próximo futuro y como en realidad así fue.

Como siempre ha sucedido, un amor se sustituye con otro amor y de esta manera, aquel solo fue el primer eslabón de la cadena.

Las fotos siguientes fueron tomadas en la plaza de deportes de Paysandú.
En la 1ª estoy pensando; en la 2ª estoy con un amigo Gregorio Braslavsk.
Estas son algunas fotos también de esa época: jinete, caminante y ciclista.


Había aprendido a planchar sombreros y algo de trajes por lo que me pagaban algunos pesos. Había comenzado a concurrir a los cafés y aprendí a jugar al billar. Hice algunos trabajitos como ser quedar al frente de una mueblería mientras se ausentaba su dueño. Cuando el dueño regreso por poco hace un infarto. Con tal de vender, yo vendía a precios por debajo del costo. También fui brevemente banquero de quiniela, que entonces era clandestina, pero todo el mundo jugaba. Un apostador me entusiasmó y en la 1ª jugada me fue bien; enseguida me compré algunas ropas que necesitaba, pero a la 2ª jugada se me fundió la banca y se me terminó el negocio. También llevé la contabilidad en una tintorería de dos socios. Cuando el que hacía de tesorero me dijo que el dinero que tenía estaba muy por debajo de la cifra que daban mis libros, hice algunos malabarismos para igualarlos y renuncié diciendo que tenía que estudiar. La realidad era que yo tenía algunos conocimientos de contabilidad porque mi tío Isaac, en Buenos Aires me había enseñado algunas nociones, pero no lo suficiente como para que hiciera las cosas bien.

Corrían los últimos meses del año 1931 y un buen día un amigo liceal me llevó a conocer el Liceo. Esto fue algo que me impresionó. Yo estaba acostumbrado al régimen disciplinario de los colegios secundarios de Buenos Aires que era de tipo militar: formar filas, marcar el paso, cantar marchas, todos los días y en todos los recreos; posición de firmes al ponernos de pié junto a los bancos. Régimen de celadores. El acceso del estudiante hasta el Director, que allí se llama Rector, era prácticamente imposible.
Cuando me encontré con un clima liceal completamente distinto, sin rigor marcial, le manifesté a mi padre mi deseo de quedarme en el Uruguay y continuar mis estudios aquí. Mi padre lo aceptó de buen grado e inmediatamente me conecté con mi tío Aron Levin, que era mi tutor en Buenos Aires, para que realizara todas las gestiones para obtener la documentación necesaria para la reválida de estudios. Arón era Procurador. El realizó rápidamente todos los trámites y pronto estuvieron todos los papeles en Montevideo. La gestión la hizo toda, la Dirección del Liceo de Paysandú, el Director era el Agrimensor Don Alejo Talamás, sin que yo ni nadie tuviese que ir a Montevideo. Hace de eso 66 años y con los medios de comunicación de aquel entonces.

De esta manera terminó el año 1931 y comenzó el siguiente: 1932. El Director resolvió inscribirme como oyente en 4º año hasta tanto llegara la reválida.
La verdad es que yo estudiaba y cumplía y los profesores me trataban como si fuese un estudiante reglamentado.

La incorporación al Liceo me significó un cambio de enfoque de la vida. Cambiaron también mis amistades. Entre mis compañeros a quienes recuerdo a todos con especial cariño, habían algunos que se destacaban por su gran capacidad intelectual y su gran personalidad: Juan A, Menegazzj; Alejandro Baccino; Rómulo Calegari; José Vita ; Roberto Rivero y muchos otros y otras. Era una época de floreciente romanticismo; en el que leíamos mucho; se discutía mucho; se buscaba mucha información. Un compañero Omar Manisse me hizo ingresar a la Coral del Ateneo en donde actué un corto tiempo como Tenor 2º. El canto no era mi vocación y lo abandoné.

También inicié el estudio de violín, pero solo por 15 días pues no tenía dinero ni violín. Lo que sí inicié y continué por largo tiempo fue el vicio de fumar y todo a raíz de una tabaquera que me regaló mi tío Arke.

Fue la época de mis enamoramientos y su traducción en el armado de poesías, algunas de las cuales fueron publicadas:

1. MIRADAS DE AMOR
Dos ojos que miran
Si miran dos ojos
Son ojos que miran
Amor por los ojos

Si miraran tus ojos
Mis ojos que miran
Sabrías que hay ojos
Que siempre te miran

Y siempre a tus ojos
Miraron los míos
Y nunca a los míos
Miraron tus ojos.



Al poco tiempo otra inspiración:



2. COBARDIA
¡Allí viene!, ya la veo
Como siempre tan hermosaVa llegando ya al liceo
Yo la miro, ¡Qué preciosa!
Quiero hablarle y no me atrevo

A mi lado va pasando
Yo la miro, no me mira
Ya comprendo, va con ira
Porque yo la estoy mirando,
Quiero hablarle y no me atrevo

Pasa...vase presurosa,
¡Oh! Si hablarle me atreviera
Dos palabras yo quisiera
Decirle a esa rosa:
¡Te amo!

Así llegamos a los últimos meses del año 1932 en que llega de Montevideo el resultado de la reválida: El Consejo de Secundaria resolvió que debía dar examen libre de 12 materias (de 3º y 4º años) en los dos próximos períodos, si quería ingresar a Preparatorios.

Esto fue como un baldazo de agua fría, porque preparar 12 materias a solo 2 meses del período de exámenes y libre, parecía una empresa muy difícil. En ese entonces, los exámenes se tomaban con profesores que venían de Montevideo. Las mesas de materias libres se integraban con 2 profesores de Montevideo, uno de ellos presidía y el 3º era el local. En Preparatorios los exámenes reglamentados también eran así. Me puse a estudiar y entre el período de Diciembre y el de Marzo siguiente, me liquidé las 12 materias e ingresé sin previas a Preparatorios de Medicina.

Considero esto como mi primer triunfo en la vida, porque siempre tuve el sombrío temor en cuanto a mis posibilidades de poder seguir estudiando, dada la muy precaria situación económica de mi padre. Yo sabía el sacrificio que le imponía y no podía defraudarlo. Mi padre quería que sus tres hijos estudiaran para que no fuésemos como él, que aprendió a leer y escribir sólo.

En el transcurso del año 1933 Simón y yo alquilamos una pieza al frente en una casa sobre calle Florida a una altura correspondiente a la del Liceo que en ese entonces funcionaba en lo que tiempo atrás había sido la sede de la Masonería y que actualmente es la Casa de la Cultura. Esa pieza tenía sobre la calle una ventana con balcón. Ella era el punto de concurrencia de un grupo de amigos estudiantes, que se hacía en horas de la tarde, cuando ya se había salido de clase y Simón ya había vuelto de su trabajo.

Entre mates y humo de cigarrillos se realizaban hermosas charlas de todos los géneros: políticos, literarios, filosóficos, religiosos, sociales, deportivos, sentimentales. Se recitaban poesías. Nunca hubo algún exceso de cualquier tipo. Todo funcionó dentro de la mayor corrección y la gente se refería con respeto a nuestra morada, como: “La pieza de los estudiantes”.

El propio dueño de la casa, que nos subalquilaba la pieza, nos manifestaba su complacencia porque estuviésemos ahí. La concurrencia de Baccino, Menegazzi, Calegari, era permanente y pronto se agregaron las presencias de algunos estudiantes que eran de Young: Bebón Marroni, Lalo San Julián, Yamandú Gonzalez.

Este ambiente de procesamiento intelectual, sumado a la influencia de la literatura romántica imperante en esa época, de la que era un símbolo el Werther de Goethe, gravitó notoriamente en mi formación. El recuerdo nostálgico de esa etapa de mi adolescencia está teñido de romanticismo.

Las fotos de más adelante, corresponden a una excursión que hicimos en dos botes a la isla de Las Baterías, en el río Uruguay, frente a Paysandú. En la 1ª de arriba a la izquierda se ven, de pié: Calegari; San Julian; yo; Aldo Feileger, de Concepción del Uruguay, que estaba de visita porque era hermano de Olga, la novia de Simón. Aldo era estudiante de farmacia en Rosario de Sta. Fé; Yamandú Gonzalez y Rivero. Sentados: Menegazzi y Simón.
En la foto de más abajo: Aldo Freilejer; Yamandú Gonzalez; Simón; Menegazzi; yo; Calegari; José Vita y San Julian.
En la foto de la derecha es un simulacro de velatorio del negro Yamandú. A la izquierda: San Julian y yo. A la derecha: Calegari, el gordo Menegazzi y Simón. En la cabecera del difunto está: Aldo Freilejer.

En ese tiempo también se mudó la panadería de mi tío Arke a un local más céntrico, en la calle Florida en la esquina hacia abajo de la cuadra nuestra. Cuando Samuel ingresó al Liceo, paraba en la casa del tío Arke. En Young no había Liceo. Esporádicamente venía mi padre o iba yo a Young. Las comunicaciones eran precarias; el camino era pésimo, se hacía por paso Ulleste. Había un pequeño ómnibus que iba 2 veces por semana. El otro medio era el tren, 3 veces por semana, pero él tardaba más de 8 horas. Además el viaje costaba y en ese entonces el peso se llamaba: “Peso oro”, pero nosotros no lo teníamos. Nuestra vida se sustentaba con lo poco que ganaba Simón y con lo que mandaba mi padre. Nada sobraba. En un almacén cercano teníamos crédito por 1 kilo de yerba y 1 paquete de tabaco, por mes. Algunos meses no pasábamos por esa esquina. Baccino traía a veces tabaco y algún otro traía algo de yerba. Una inquilina de la misma casa, nos hacía el almuerzo, que comíamos en la pieza. Desayuno y cena los confeccionábamos nosotros con un primus, una caldera y una ollita que teníamos y que a veces lavábamos. Betty, cuando podía, nos mandaba manteca, huevos, algún chorizo y frutas. Era una vida pobre, algo bohemia pero linda. Nos sentíamos felices, sin odios y sin rencores. Era la época en que el nazismo daba sus primeros pasos. Se hablaba mucho de la 1ª guerra mundial y se especulaba mucho sobre una posible próxima guerra mundial. Aquí, en Uruguay, habíamos entrado en un régimen dictatorial con el golpe de Terra. Dictadura que algunos llamaban Dictablanda. Las discusiones políticas en nuestro sucucho eran permanentes: Simón era comunista; Baccino era batllista; San Julian era blanco; yo escuchaba y así aprendí que todos tenían razón. Lo que todos tenían en común, es que eran agnósticos y por encima de todo: amigos.
En Young las cosas marchaban satisfactoriamente. El pueblo tenía en esos entonces aproximadamente 4000 habitantes, con una gran colonia rusa, que fue la que impulsó grandemente la agricultura, especialmente en la producción triguera. Eran colonos venidos no hacía muchos años de Rusia y el dominio del idioma español era muy rudimentario. Como mi padre hablaba fluidamente el ruso, eso fue motivo para que su comercio tuviese una gran afluencia de esa gente. Además, eran los mayores consumidores de frutas y verduras.
Al poco tiempo mi padre vio la posibilidad de agregar a su comercio la venta de muebles usados. En Montevideo se hacían regularmente remates de muebles usados antiguos, que se caracterizaban por su gran tamaño, su solidez, sus buenas maderas y que marcaban la gran preferencia de los rusos. De manera que concertó con alguien en Montevideo la compra de esos muebles, así como también la compra de frutas y verduras en el Mercado Agrícola y que se lo despachara por ferrocarril. La aceptación era tan grande, que en las tardes que llegaba el tren, cuando los muebles recién se descargaban en lo que se suponía era la vereda, ya los interesados los estaban eligiendo para llevárselos. Algunos muebles, de viejos o maltratados, venían desarmándose, pero no había problema, porque mi padre andaba con su peoncito, que en algunas oportunidades era el Negro Miller, quien le llevaba el martillo con clavos y las cosas se arreglaban metiendo clavos por todos lados.

A fines del 1933, una noche en Paysandú frente al teatro Florencio Sanchez, estábamos varios estudiantes. Esa noche actuaba Carlos Gardel, en vivo. Era la hora de comenzar la función y el teatro estaba lleno. De pronto apareció Gardel en la vereda, en la que se encontraba un grupo de canillitas y les dijo: "Chicos, ¿quieren escucharme?". Demás está decir que todos a coro dijeron que sí. Entonces Gardel los hizo pasar a todos al interior del teatro.

Nosotros contemplábamos esto desde la vereda de enfrente y con envidia a los canillitas, porque nuestros bolsillos exhaustos nos privaban de escucharlo a Gardel. Que hermoso gesto el del "zorzal criollo".
Las fotos que siguen son de Young, aproximadamente en el año 1935. En la 1ª aparece Juanita con un disfraz carnavalesco y en la 2ª aparece Juanita sentada junto a Samuel de pié.
















En las siguientes fotos de balnearios, las pequeñas corresponden a alguna playa de Montevideo. En ellas está mi padre en compañía de mi tía Jase, la esposa de Isaac Levin (hermano de mi padre), Isaac y la hija de ellos: Gilda. En la otra está mi padre en traje de baño, de rigurosa moda. Esto fue seguramente en oportunidad de alguna venida de ellos a veranear a Montevideo.

En la foto grande, el balneario es otro; seguramente el Paso de las Piedras. Ahí estamos toda la familia: Juanita, Betty, mi padre, Samuel y yo (José Levin).


En la foto de la derecha está Betty, Juanita y probablemente Gilda...











En la pequeña foto de arriba, en algún arroyo próximo a Young, están: Saúl, el hijo de mi tío Leibke, hermano de mi madre; mi tía Katie, también hermana de mi madre; mi padre; Betty y Nejame, la esposa de Leibke. Las otras 2 fotos son en un escalón de la puerta posterior de la casa nuestra en Young. En la 1ª está mi padre con las dos hermanas Schulkin: a su derecha Lea y a su izquierda: Michila. En un plano posterior está Betty. En la otra foto se repite la escena pero en lugar de mi padre está Samuel. La foto que antecede es de la estación de Young del ferrocarril Midland. El tren de pasajeros pasaba los días lunes, jueves y sábados. En horas de la mañana de esos días pasaba en dirección a Algorta, en donde hacía empalme con el tren que venía de Salto en dirección a Montevideo. En Algorta, luego de girar 180 grados la locomotora en el malecate, el tren quedaba pronto esperando el que venía de Montevideo para transportar pasajeros y cargas hacia Fray Bentos. En los mismos días, pero en horas de la tarde, aproximadamente a las 18 horas, llegaba a Young, trayendo mercaderías y ocasionalmente algún pasajero.
El andén que se ve en la foto, era el punto de reunión de jóvenes en las tardes que pasaba el tren. Cuando el tren salía de Menafra, el jefe de esa estación mediante el telégrafo Morse del ferrocarril avisaba al de Young que se produjo la partida. Entonces el Jefe de la Estación de Young, que en ese entonces era Don Pedro Fontela se enfundaba su uniforme, hacía sonar una vez su sonora campana con lo cual hacía saber a la gente que el tren venía y al mismo tiempo la columna de señales bajaba su asta norte lo que significaba lo mismo, pero además advertía sobre tomar precauciones al cruzar las vías y también el conductor de la locomotora sabía que tenía libre el camino. La verdad es que unos 200 metros antes de parar en la estación, lo hacía frente al tanque elevado para surtirse de agua y en esa tarea se pasaba unos 20 minutos. Las locomotoras eran las clásicas negras y marchaban a vapor, por lo cual debían aprovisionarse con frecuencia de abundante cantidad de agua. Su combustible era el carbón de piedra y que la empresa, que era inglesa, importaba de las Islas Malvinas. Durante la 2ª guerra, como el tráfico marino era muy peligroso debido a los submarinos alemanes, las locomotoras comenzaron a usar leña.
Durante todo el tiempo de este proceso, de espera del tren, que podía alcanzar una hora o más, la muchachada se reunía en el andén. Los jóvenes se paraban sobre una y otra orilla del andén y las chicas, lindamente presentadas, se paseaban yendo y viniendo por el andén, repartiendo miradas y sonrisas. Ese andén fue la cuna de muchos romances. Por eso pienso que la Estación debe perdurar como patrimonio histórico del Young sentimental.

En los primeros años de nuestra radicación en Young, la energía eléctrica era generada por un motor emplazado en la usina de UTE, sigla que en ese entonces significaba: “Usinas y Teléfonos del Estado”. La usina estaba ubicada en lo que actualmente son las oficinas de UTE, en calle Montevideo esquina Dr. Martirené. En esa época no existía la actual Ruta 3, ni tampoco la calle Montevideo, por lo cual y prácticamente el pueblo terminaba allí. La energía eléctrica se comenzaba a generar a la hora 18 y cesaba a la hora 24 ó 1, según fuese invierno o verano. Cuarto de hora antes de parar el motor, la luz hacía una guiñada, lo cual avisaba a la gente que disponían de 15 minutos para todas las exigencias previas al acostarse.
Por el año 1933 se inició el suministro de agua corriente en Young.

A comienzos del año 1934, con 18 años de edad, debía enrolarme en el ejercito argentino para hacer el servicio militar al cumplir los 20 años. De no hacerlo, sería declarado infractor con las penas consiguientes. En las mismas condiciones estaba Iude, el hermano de Dina y mi amigo Gregorio Braslavsky. A tales efectos resolvimos ir los tres a Concepción del Uruguay, ciudad entrerriana sobre el río Uruguay, algo al sur de Paysandú. Había una lancha que hacía diariamente el viaje de ida y vuelta. Juntamos los pesos necesarios para el pasaje y embarcamos los tres.
Ya en Concepción del Uruguay, hicimos todos los trámites y cuando volvimos al puerto para embarcar, resultó que la lancha ya se había ido y debíamos esperar el día siguiente. Con el ánimo pesado y el bolsillo muy liviano, nos fuimos al centro, a la plaza; por lo menos ahí había bancos para sentarnos. Sentados meditábamos sobre nuestro infortunio. En eso vemos que venía caminando un joven y Braslavsky al verlo, dijo: a este yo lo conozco. Se paró, lo saludó y al rato estabamos de charla los cuatro. Se trataba de Gregorio Freilejer, estudiante que iniciaba la carrera de Medicina y que al saber que también yo había iniciado el estudio de la misma carrera, hizo que nos sintiéramos algo así como colegas. Le contamos nuestras desventuras y nos invitó al café en una esquina. Allí estaba su hermano mayor: Aldo, jugando al billar; este era estudiante de Farmacia. Ambos estudiaban en Rosario de Santa Fe. Ahora ya éramos cinco para estudiar nuestra situación. Dijeron que conocían una pensión donde por unos pocos pesos nos darían una pieza para dormir.

En cuanto a comer, nos invitaban para la tarde en la casa de ellos a tomar el té, con lo cual le mandaríamos algo al estómago. Así fue como en la tarde estábamos instalados en la casa de estos nuevos amigos, alrededor de una mesa bien surtida con cuanto pudiera ser deleite de nuestro paladar. Ahí estaba y así la conocimos, Olga. Cuando ella supo que mi apellido era Levin, me preguntó si era familiar de Simón. Al contestar que sí, me dijo que lo había conocido en uno de sus paseos a Paysandú. Como postre del ágape Olga nos roció con un variado concierto de piano.

Nos despedimos. Dormimos a pierna suelta y al día siguiente estabamos de regreso en Paysandú, patrióticamente enrolados en el ejército argentino.

Cuando Simón nos preguntó por el viaje, le hicimos saber que conocimos a Olga y que ella no cesaba de preguntar por él; que era evidente su estado de enamoramiento y que ella no ocultaba la pasión que él había desencadenado. Esa es la historia del génesis del noviazgo de Simón y Olga y su posterior casamiento.

En ese entonces, en Paysandú había un joven que también había conocido en una oportunidad a Olga y que al parecer despertó en él un sentimiento amoroso. El era peletero y patrón de Simón, pues Simón era vendedor domiciliario de sus pieles. Cuando se enteró que Simón hacía un paseo a Concepción del Uruguay, le dio una caja de bombones para que en su nombre se la entregara a Olga. Efectivamente, Simón se la entregó, pero en "su" nombre.

La boda se realizó en Concepción del Uruguay, en Julio de 1935, en las vacaciones de invierno, por lo que yo pude concurrir, puesto que era el promotor. Fue un matrimonio feliz.

A fines de 1934 yo finalizaba el 2º año de Preparatorios de Medicina. En diciembre di los exámenes de cuatro de las cinco materias y dejé Filosofía para dar en Marzo en Montevideo. Dejamos la pieza que teníamos en calle Florida y Simón pasó a residir por un tiempito en una pensión de calle Sarandí, en la que había varios estudiantes. Yo me fui a Young a pasar las vacaciones, para después ir a Montevideo. Así termina el capítulo sanducero de mi vida.
La primera foto es del inicio de este capítulo. La segunda es del final.
Lo que no ha cambiado es la corbata.























Vamos a ver una serie de fotografías de nuestra familia en el Young de ese entonces.
La primera está tomada en la puerta posterior de la casa. En ella se ven: mi abuela paterna, que estaba de visita. Esa fue la última vez que la vimos. Junto a ella está Juanita y luego Betty.

La foto contigua está tomada en el frente de la casa, junto a la puerta de acceso al comercio. Está sentado mi padre y de pié, junto a él, Betty.
En las fotos que anteceden están en el frente de la casa, de pié: Juanita y Samuel. En el interior se alcanza a ver mi abuela paterna. En la otra foto están nuevamente Samuel y Juanita.
Estas fotos fueron tomadas en el Parque Marín de Young. En ambas está Juanita, que es la más chica. En la segunda está Samuel entretenido con Mickey, el perrito que había traído Marcos de la Argentina, una vez que vino en auto. En ambas fotos están Michila y Lea Schulkin. No recuerdo los nombres de las otras jóvenes.
En las fotos anteriores está Juanita con disfraz de gitana y en la otra posa como ciclista. En ella aparecen disfrazadas Juanita la más alta y la otra Mota Zeballos.







Esta foto tiene una inscripción: Carnaval 1938.










Esta foto también es de Juanita, al parecer en una plaza de deportes




Esta foto es de Samuel, junto a su yegua y esto tiene su historia. Corresponde al Paso de las Piedras sobre el arroyo Don Esteban.

En unas vacaciones nos juntamos varios estudiantes, conseguimos caballos con sus respectivas monturas y Samuel, que era el integrante más joven dispuso de una volanta de dos ruedas, tirada por esa yegüita, para acarrear todos los alimentos y útiles necesarios, para unos dos días. Cuando llegamos al paso, que en ese entonces tenía un alambrado con portones, desensillamos y soltamos los caballos para que pastaran. Samuel fue más precavido; desató el carrito pero a la yegua la dejó atada con un lazo. Cuando llegó la noche, nos acostamos todos a dormir. Al parecer, alguien que paso por ahí, abrió un portón y lo dejó abierto. Conclusión: al día siguiente, el único caballo que quedó era el de Samuel. Se nos terminaron las provisiones y pescábamos para comer. Finalmente pasó por ahí un vecino de Young: Don Nicolás Chiachio, con una camionetita Ford T, quien nos cargó y nos llevó al pueblo. Todo el mundo sabía lo que nos había pasado, porque los caballos habían regresado solos a sus respectivas querencias.

La foto siguiente muestra a Juanita y al Gordo Levin, sin poder precisar el lugar. Los dos son adolescentes, por lo cual creo que ella haya sido obtenida en Montevideo.

En la de abajo están: Juanita Levin, el Gordo Levin y Blanca Díaz, la chica que se crió en la casa de mis padres.
En esta foto, están: Betty, mi padre y Rajmil en el portón de entrada de la barraca que había instalado mi padre, a unos 70 metros del otro comercio, sobre la misma vereda.