jueves, 1 de febrero de 2007

Capítulo A - Argentina

Lo escrito por José Levin es lo siguiente:

Por el año 1896 llegó a la Argentina, procedente de Rusia, la familia Sirkin, abuelos maternos de mi padre y fueron de los fundadores del pueblo Moises Ville, en la provincia de Santa Fé. En ese entonces, la vida de la población judía en Rusia era muy dificil; sometida a persecuciones que se manifestaban con gran violencia en los “Progroms”: asaltos que bandas hacían a los poblados judíos, apaleando, robando, matando y violando, con la indiferencia total de cualquier autoridad. Los judíos vivían en guetos rurales, pues no les estaba permitido residir en los centros urbanos. Solamente podían ingresar a las ciudades durante tiempos limitados con el fin de vender sus mercancías y comprar lo que pudieren y necesitaren. Como se comprende, los niños solamente podían concurrir a las escuelas del gueto cuya enseñanza la impartían maestros religiosos, que lo hacían utilizando el “Idish” con alfabeto hebreo. Es un derivado alemán con escritura hebrea Ha nacido pues en Europa oriental y se transformó en el idioma universal para los judios. El hebreo solamente se habla en Israel.
Fue así que se crearon algunas organizaciones internacionales con la finalidad de instalar esas familias en otros países, nuevos, sin los viejos problemas étnicos y religiosos del viejo mundo y con abundantes tierras vírgenes.
El pueblo de Moisés Ville, en la Provincia de Santa Fé de la Rep. Argentina, fue uno de esos asentamientos.


Quien aparece en esta foto es Shae o Shaike Levin, quien ya representa una persona de tercera edad. El fue el primer Levin en llegar a América, a la Argentina. Fue a comienzos de siglo, por el año 1905. Llegó escapando de la guerra ruso-japonesa. El era tío de mi padre; era hermano del padre de mi padre.

En relación a él, recuerdo lo que me contaban mis abuelos. Los cosacos, eran soldados que dependían directamente del Zar. Se les conocía como: Soldados del Zar. Eran personas de una lealtad ciega al Zar y su regimentación se hacía mediante una leva forzada entre los niños varones de las poblaciones rurales. Aquí ya no importaba origen, raza o religión.

Los chicos eran secuestrados por los soldados y las madres que lloraban y gritaban oponiéndose al despojo, eran insultadas y castigadas. Esos niños eran llevados a los cuarteles en donde se les sometía a un severo régimen de vida y adiestramiento. Se les asignaba a cada uno un potrillo con el cual debía establecer un vínculo de crecimiento y desarrollo a la par de su perfeccionamiento como jinete. La disciplina era rígida con una constante imposición de devoción por el Zar, por quien debían ofrendar los máximos sacrificios y aún la vida. A cambio de ese embozalamiento mental, se les otorgaba inmunidad para ejercer autoridad sin ninguna cortapisa. Eso permite comprender que su pasaje o entrada a cualquier población era vista con pánico y temor por la gente. Se trataba de personas desprovistas de identidad, carente de familia, ajenos a cualquier sentimiento de afecto o compasión, con un único dios: el Zar.
Por ese motivo, el tío Shaike, cuando era niño y según me contaba mi abuela paterna, lo vestían como si fuese una niña, para evitar su requisa.

Cuando grande debió cumplir con el servicio militar y fue movilizado para la guerra ruso-japonesa Con respecto a su azaroso viaje de huída, hay alguna anécdota, recordada por mi padre, quien la relataba con especial entusiasmo cuando estaba presente Dina, la hija mayor del tío Shaike, pues esa historia la hacía enojar. Ahí va: Shaike, que es diminutivo de Shaie, era entonces muy joven, lo que hizo que fuese movilizado para el ejército. Como su odio por los japoneses no era muy grande, decidió por su cuenta tomar el camino contrario y tras muchas peripecias llegó a Londres donde, desde hacía varios años, residía una hermana.


Tras la emoción del encuentro y el deslumbramiento de la gran ciudad, nuestro tío empezó a buscar sin éxito algún rinconcito aislado y con yuyos para cumplir con una cada vez más imperiosa necesidad. Ante el fracaso de su intención optó por franquearle a su hermana la angustia. Esta lo condujo al cuarto de baño y ahí procedió a enseñarle la utilización de los implementos correspondientes, para terminar recomendándole que al finalizar con sus urgencias no se olvidara de tirar de la cadena que ahí colgaba, pero sin explicarle lo que en ese caso sucedería. Nuestro tío cumplió con su natural necesidad y al proceder a tirar de la cadena y ver que se venía el agua, con los pantalones a medio subir, salió gritando: “escapen, que Londres se inunda”. Seguramente, parte o la totalidad de este cuento, haya sido fruto de la inventiva de mi padre. A él le encantaban hacer narraciones de ese género.


Así es como también recuerdo que él contaba que, allí en Rusia, en el medio rural en el que vivían, no había gabinete higiénico ni nada que lejanamente se le pareciese, de tal modo que las necesidades debían cumplirse a campo libre. Si la necesidad ocurría de noche se salía hacia los fondos de la casa y a los efectos de evitar entrar en conflicto con algún vecino no detectado por la oscuridad, era prudente, luego de acuclillarse, extender horizontalmente ambos brazos y hacer con ellos un giro circular que le permitiera asegurarse que no hubiese proximidades de urgencias afines.


Otra de sus anécdotas, del tío Shaike, fue muchos años después, con sus hijos ya grandes. Debió viajar por asuntos de su interés a la ciudad de Santa Fé, por varios días. El era de oficio herrero y en el pueblo tenía una de las herrerías más grandes. Su vestimenta habitual era la clásica camisa rusa, cerrada hacia arriba y a un costado. Por encima llevaba un mandil: un largo delantal protector de cuero para trabajar en la fragua. Cuando surgió lo del viaje a la ciudad, las hijas le obligaron a alterar sus hábitos: le pusieron una camisa y en el cuello una elegante corbata con su delicado nudo. El resultado fue que cuando regresó al cabo de varios días, el nudo estaba como el primer día, pues como no sabía rehacerlo, optó por dormir con la corbata puesta. Era muy religioso y analfabeto pero por todos reconocido por su gran corazón. Era muy querido por todos los familiares, tanto del lado de él, como del lado de la esposa: la tía Raitze (Rosa). Su casa en las vacaciones era el punto de confluencia de toda la numerosa familia, en dónde, además de la generosa hospitalidad y ambiente de sana camaradería, se disfrutaba de la maravillosa y abundante repostería que manaba de las manos y del enorme horno de la tía.

Aquí vemos el grupo familiar compuesto por los tíos; las cuatro hijas que por su orden son: Dina, la 1ª de la derecha, la mayor gemela de la 1ª de la izquierda: Lidia. Le sigue la 2ª de la izquierda Jane y la más joven, al lado de Dina es Nelly, más conocida como Neje. No están en la foto los dos hijos varones: Leive y Lude también mellizos. Los tres niños son: El del medio, el mayor: Coco, hijo de Dina.
El que está en brazos del abuelo es hijo de Lidia y el más chico, en brazos de la abuela: Cacho.

En unas vacaciones grandes, cuando yo ya tenía unos 14 años y ya disponía de la confianza de mi padre para salir solo con el auto, que era un Chevrolet modelo 1929, estando de visita en Moisés Ville, yo era muy solicitado por las chiquilinas para que las sacara a pasear y ahí fue mi primer enamoramiento: una de esas chicas era más o menos de mi edad, era de Santa Fé, sobrina de la tía Raitze. Era muy bonita y se llamaba Líbula, pero como yo era muy tímido, ella nunca se enteró de nada.

En 1907 vino el grueso de la familia Levin: mi abuelo Shmilertze (que viene a ser algo así como Samuel y Ernesto), la abuela Janelke y los seis hijos varones, que por su orden de edad eran: Juan (Iude) mi padre, Boris (Volke); Isaac; Aron (Arke); Marcos (Meier) y el más chico: Simón (Siome). Mi abuela y los más chicos quedaron en Moises Ville y mi abuelo con los más grandes se fueron a la provincia de Santiago del Estero, a lo que se conocía como Colonia Dora.

La Provincia de Santiago del Estero, era un territorio de tierras muy pobres, salitrosas, con un crónico déficit de agua. Lo que mejor se criaba en esas soledades eran cabras. Yo era muy pequeño y sin embargo recuerdo que una o dos veces por semana pasaba el llamado tren aguatero. Iba parando en todos los caseríos y conservo nítida la imagen de las indígenas que iban hacia el tren, llevando sobre su cabeza, asentado sobre una ata, un tarro de unos 15 litros de capacidad y que eran los envases en que se importaba el querosén y la nafta. El guarda del tren cobraba 10 centavos por una lata llena. Como se comprende esa agua tenía como único destino la alimentación en general. A nadie se le ocurría darle otro uso.

La higiene era un rubro desconocido. Yo recuerdo haber visto como las madres hurgaban en las cabelleras de los chiquilines, buscando piojos y se los comían. Igual a lo que se puede ver en algunos zoológicos como práctica de algunos monos. Decían que comerse los piojos era muy eficaz como preventivo de las ictericias.

No dispongo de ninguna foto de mi abuelo paterno, quien por otra parte, murió muy joven, víctima de un carbunco de la cara y que en ese entonces eso era inevitablemente mortal. Cuando eso yo tendría unos tres años, sin embargo tengo un recuerdo no muy preciso de su figura: estatura regular; conformación robusta, afable, de bigote y pequeña pera. Recuerdo cuando estaba en el lecho de muerte, con la cara hinchada y toda la familia reunida en un ambiente de llanto y dolor.

La llegada de mi abuelo paterno con sus hijos mayores a la Colonia Dora, tenía como primer objetivo construir la vivienda para posteriormente traer el resto de la familia. La construcción era de paredes de adobe: barro con bosta de vaca y paja y techado con chapas de cinc. El piso era de tierra bien apisonada. Las aberturas eran confeccionadas con las maderas que conseguían y lo que en general nunca faltaba en la cocina, como testimonio de la vigencia de la tierra natal, era el gran horno cuya boca se abría en una de las paredes del interior de la cocina. De ahí surgían luego las exquisiteces que elaboraban con arte y maestría las mujeres judías rusas. La boca del horno abierto en la cocina, aseguraba una magnífica calefacción en el invierno, que hacía de ese lugar el sitio más agradable de la casa.

La Central administrativa de todas esas colonias, estaba en el pueblo de Moisés Ville. Y como lo deja ver su nombre, era un pueblo de integración totalmente judía. Los que fueron a Colonia Dora, lo hicieron con un contrato por 25 años. Les dieron 2 vacas lecheras y 2 caballos.

La vida en Colonia Dora era angustiante. Pese a que eran gente muy experta en el trabajo de la tierra, esta que tenían ahí era muy mala. No producía nada. Seguir ahí era vegetar en una miseria crónica, sin ningún porvenir para los hijos.

El sueño de la América próspera no pasaba de ser un sueño. Así fue como mi abuelo comenzó a hacer gestiones para que le condonaran la obligación de los 25 años, lo cual finalmente obtuvo. Sin embargo, lo que no obtuvo, fue el consentimiento del Administrador. El Administrador aducía que el caso de mi abuelo podría servir de ejemplo para otros colonos que seguirían el mismo camino y con lo cual la Colonia desaparecería.

Y aquí viene otra anécdota:
Mis abuelos cuando vinieron de Rusia ya lo hicieron casados y con todos los hijos nacidos en Rusia, tanto los maternos como los paternos.Mi abuela paterna era de la familia de los Sirkin, que como ya dije, llegaron a América algunos años antes que los Levin. y algunos se radicaron después en la ciudad de Santa Fé. Fueron de los fundadores de Moises Ville. Era una mujer enérgica que sabía ejercer autoridad, lo cual es fácil de comprender si se tiene en cuenta que tuvo seis hijos varones. Mi abuelo era un hombre tranquilo, y de buena relación con todos.

Cuando obtuvo autorización para abandonar el campo de Colonia Dora, lo hizo llevándose con él, un ternero que había nacido en el campo, en el tiempo que vivió en él.

Cuando el Administrador se enteró, acusó a mi abuelo de apropiación de un bien ajeno, pues su argumento era que nació de una de las vacas que se le dio al comienzo. Mi abuelo adujo que al haber nacido luego de estar radicado en el campo, lo transformó en propietario. El resultado fue que mi abuelo fue detenido. Este acontecimiento indignó a todos los vecinos quienes expresaron su solidaridad a mi abuela exaltando la violencia de su ánimo. El resultado fue que habiendo concurrido el Administrador a la colonia, mi abuela, luego de armarse de un robusto palo, le dio una soberana paliza a ese señor, ante el aplauso de los vecinos. Hubo una nueva instancia judicial, pero sin consecuencias. Contaba mi padre, que la abuela fue llevada detenida en tren a la ciudad de Santa Fé para ser juzgada. Como guardia iba un agente de policía, quien llevaba el palo con el cual apaleó al Administrador y que era algo asi como la prueba del delito. El hecho fue que al llegar a Santa Fé, el palo no aparecía y no pasó nada.


Esta foto corresponde a la familia de Minond, de Ceres, en la Provincia de Santa Fe. Eran tíos de mi padre. Ella, la tía Guitel, era hermana de mi abuela paterna y él era Moises Minond, farmacéutico. Los hijos eran: José y Chiche.

José era 1 año mayor que yo. Como se puede apreciar en la foto, que debe tener más de 70 años, era gente de un nivel social y económico superior al nuestro. Con José éramos compañeros de año, en la única escuela que estaba frente a la casa de ellos. Eso era motivo de que al salir de clase, en horas de la tarde, me invitaran a tomar la merienda. Yo estaba deslumbrado por las comodidades con que vivían. Tenían cuarto de baño, con bañera y pileta, aunque sin inodoro. El excusado estaba en el fondo y tenía un asiento de madera, con un agujero, que hacía de inodoro.
En mi casa solamente había una letrina primitiva: en el fondo del terreno había una pequeña casucha maloliente, nutrida de moscas y en el piso de tierra, había un agujero sobre el que había que acuclillarse y tratar de embocarlo. El agujero iniciaba un conducto que comunicaba con el pozo negro. Yo no conocía el papel higiénico. Cualquier papel, de cualquier origen, lo sustituía.
Tenían teléfono. Como José era algo mayor y algo más grande que yo, la tía me regalaba las ropas que le dejaban de servir y que para mi resultaban un lujo.


Los dos José concurrían a la Sinagoga, en donde les enseñaban a leer y escribir en idisch. Yo le expuse a mi padre que también quería aprender lo mismo. Mi padre accedió. El maestro que ahí enseñaba, utilizaba una vara de madera, con la cual golpeaba en las manos para reprender. Un día, a mi compañera de banco, le hizo colocar las manos sobre el pupitre para golpearlas y entonces la niña se puso a llorar, lo que motivó que el maestro también le gritara. Esto hizo que yo reaccionara, diciéndole que no debía hacer eso. Fue entonces que decidió castigarme a mí, ante lo cual yo disparé hacia el fondo del salón y me subí a una mesa que ahí había. Dio la orden a los otros chicos para que me agarraran. Entonces yo tomé una escoba y amenacé con golpear al primero que se me acercara. En un momento vi una puerta lateral que estaba entreabierta; salté hacia ella y escapé. Cuando llegué a casa le conté a mi madre lo sucedido. Más tarde, cuando vino mi padre, le relaté todo lo sucedido, con todos los detalles. Me escucho y no me dijo nada. Horas después oí y vi que venía el maestro a charlar con mi padre. Mi mayor satisfacción fue cuando rato después, escuché a mi padre que en voz alta le decía que se fuese de inmediato antes de que le rompiera el alma a patadas y que supiera que yo no le pisaría nunca más su sinagoga. Después de esto, mi padre aprobó mi conducta.

Recuerdo el primer cine que hubo en Ceres, en una esquina de la calle principal. Las películas que se proyectaban eran en ese entonces, mudas, en blanco y negro y entre los cuadros de imágenes se intercalaban otros con las leyendas de los diálogos. Se proyectaba un rollo, lo cual duraba unos ocho minutos. Al terminar se prendía la luz y entonces el operador revertía el rollo y al terminar colocaba el siguiente. Todo ese tiempo era el entre-acto y que duraba varios minutos. Una película corta, generalmente cómica, tenía tres actos y una película larga, de fondo, era de ocho a doce actos. En general el ambiente de la sala era amenizado por música de algún fonógrafo. En los cines de las ciudades, en las funciones nocturnas, era común la música de orquesta y si la cosa era de mayor jerarquía, podía haber dos orquestas que se alternaban. En las noches calurosas del verano, era frecuente que la función se hiciera al aire libre o bajo algún techo. Mis artistas predilectos eran: Tom Mix, Buck Jones, Carlitos Chaplin, el Gordo Tripitas, Harold Lloyd, Mary Pickford, Leonel Barrymore, Lon Chaney, etc.

Esta fotografía es de mi abuela paterna.

La que sigue es de mi abuelo materno. El falleció en Buenos Aires el 27 de setiembre de 1931, muy poco después de nuestra radicación en Paysandú (Uruguay).

La siguiente foto es de mi abuela materna. Falleció en Young (Uruguay) el 29 de diciembre de 1938, a los 67 años.

Esta es una foto de un retrato a lápiz, de mi madre. El retrato a lápiz fue hecho a partir de una foto, como era lo habitual en ese entonces en que no había otros procedimientos de ampliación de fotografías. Falleció el 22 de enero de 1927, en Ceres, a la edad de 33 años.




Esta foto es de mi padre. Se le ve muy joven. Creo que es de la época de su casamiento.










Esta foto es de mi padre y corresponde al año 1927 cuando obtuvo la libreta de enrolamiento argentina, es decir la ciudadanía. Es el mismo año del fallecimiento de mi madre. El falleció el 23 de setiembre de 1943, en Montevideo.


Vamos a ocuparnos un poco de mi familia materna (...Aronson ó Arenzon...), de la cual no poseo tantos datos detallados, ni fechas. Sé que al igual que la familia de mi padre, eran originarios de Ucrania. Sé que vivían a orillas del río Dnieper, por las referencias que oía a las capacidades natatorias de mi madre, que en ese entonces era una adolescente, que cruzaba el río a nado.


Cuando llegaron a la Argentina, fueron radicados en la colonia La Marina de La Criolla, cerca de la actual ciudad de Ceres, en el norte de la Provincia de Santa Fe.


Mis abuelos maternos tenían seis hijos: tres varones y tres mujeres. La mayor era Ana, (Jane) mi madre; le seguía Arón (Arque); Abraham (Avrumke); León (Leibke); Catalina (Katie) y Berta (Betie), la menor, posteriormente mi madrastra.


Nunca supe bien como, viviendo en zonas tan distantes, mi padre conoció a mi madre. Simón, poco antes de morir me lo aclaró. Mi padre era muy andariego y con frecuencia viajaba a Ceres, en donde tenía dos tías, hermanas de su madre. Fue en oportunidad de alguno de esos viajes, que conoció a mi madre. Recuerdo que en sus frecuentes relatos sobre sus viajes en tren, para visitar a su novia, decía que solía hacerlo en trenes de carga, pues por una módica propina el guarda le permitía viajar en el furgón de cola, pero a medida que el amor iba en progreso, sus urgencias de ver a su amada eran mayores, y así fue como consiguió que el maquinista lo llevara en la locomotora, para llegar antes.

Esta fotografía, muy antigua y de muy poco contraste, tiene escrito al dorso: “Señor Juan Levin. Colonia Montefiori. Provincia Santa Fé. República Argentina.” Por ese motivo, creo que corresponde a la boda de mis padres, siendo ellos los que están sentados. Me parece que el que tiene la mano sobre el hombro de mi padre, es Isaac.

Cuando mis abuelos paternos se fueron de Colonia Dora, se radicaron en Ceres. Creo que fue en la Colonia Montefiori, que era donde vivían mis abuelos maternos, que se casaron mis padres. Fue en Ceres dónde yo nací el 6 de octubre de 1915. Tengo recuerdos muy vagos del Ceres de aquellos tiempos pues yo era muy pequeño. Recuerdo que una tarde, en Ceres, estando mi padre ausente, se acercaba una amenazadora tormenta.

Mi madre, que era muy temerosa de las mismas, cerró la casa y nos fuimos a la de mis abuelos. Cuando se descolgó la tormenta, fue un verdadero ciclón. Recuerdo que yo estaba junto a mi abuelo quien se afirmaba fuertemente contra la puerta para evitar que el viento la abriera. Recuerdo que a través de los vidrios veíamos volar las chapas de cinc. Yo en algún momento lloré pidiendo a mi madre que me cubriera con sus brazos.

En cierto momento se desmoronó la pieza que hacía de cocina. Pasado el temporal, cuando fuimos a ver qué pasó con nuestra casa, solo encontramos escombros y lo único rescatable fue la cabeza de la máquina de coser. Mi madre lloraba desconsoladamente al ignorar la suerte corrida por mi padre. Esto se aclaró al día siguiente cuando regresó sano y salvo.

Otro recuerdo muy vago que tengo de mi madre es que tuvo una infección en un costado del cuello y que el médico tratante le diagnosticó carbunco y como tratamiento le hizo una cauterización con una punta de hierro al rojo.

Cuando mis abuelos paternos se fueron de Colonia Dora, sus hijos se desperdigaron. Mi padre, Juan, según vagas referencias que tengo, anduvo por el Chaco trabajando en los obrajes de los quebrachales. Luego se dedicó a viajes de negocios que luego explicaré. El siguiente, Boris, se fue a Moisés Ville, para ahí, junto al tío Sahie, aprender el oficio de herrero. Isaac en Ceres consiguió ingresar como mandadero en la estación del ferrocarril y en donde progresó rápidamente. Aron tomó sus pìlchas y se fue a Buenos Aires. Marcos entró de lava frascos en la farmacia del tío Minond en Ceres y en cuanto a Simón todavía era muy pequeño para dejar las faldas de su madre.

En Ceres fue donde mi abuelo contrajo el carbunco que lo llevó a la muerte. Tengo un recuerdo vago de cuando estaba en la cama y todos con cara de llanto. No había curación posible, en ese entonces. Luego de la muerte de mi abuelo, los hijos decidieron que la madre se fuese con Simón a Buenos Aires y que entre todos ellos se encargarían de mantenerla. Así fue. Mis abuelos maternos siguieron en su chacra de la colonia La Marina o Montefiori por más tiempo. Sin embargo, el hijo mayor Aron se casó, los otros dos hijos varones también se fueron, buscando nuevos horizontes, quedando al final solamente con la hija menor, Betty, por cuanto la mayor que esta: Catalina, se fue a vivir con nosotros. Eso motivo que mis abuelos maternos se resolvieran por irse también a Buenos Aires, que era el gran polo de atracción, sobre todo para mi abuela, porque mi abuelo era una persona sin ningún tipo de capacitación: totalmente analfabeto, sin ningún manejo del idioma español, sin un centavo, con los hijos sin capacidad de aportar nada para el mantenimiento de los padres, ese traslado a la gran ciudad fue un viaje hacia la miseria. Luego volveremos sobre este tema.


Este hermoso chiquilín sobre el caballito, soy yo. Esta foto es del año 1918.












Vamos a hacer un breve intervalo geográfico.


Viajando hacia el norte, uno se encontraba con el río Salado, con aguas muy salitrosas y que descendía buscando el Paraná. Hasta él llegaban los dominios del gobierno nacional, quien tenía apostado en ella la gendarmería que era la milicia de frontera. Más allá, era el asentamiento de tribus indígenas cuyo status convenido con el gobierno nacional era la organización tribal, bajo la conducción de un cacique reconocido. Ellos se comprometían a no ingresar al territorio de la gendarmería y estos no ingresaban al de ellos.

Esta estructura era constantemente amenazada por cierta categoría de gente: el gauchaje. El gaucho era un sujeto odiado y temido. Se trataba de gente del ambiente rural, habitualmente contratado para las tareas de las estancias. Su afición al alcohol y su fácil tendencia a usar armas, los transformaba en homicidas. La alternativa a caer en manos de la policía era huir internándose en los espesos montes, en dónde la policía no ingresaba. Ahí se juntaban y se organizaban para efectuar asaltos y asesinatos contra poblaciones y viajeros. Algo que los atraía muchísimo eran los caballos, pues era su herramienta más importante. No les interesaba el dinero, pero si el tabaco y el alcohol. No les resultaban indiferentes las mujeres. Ese era el típico gaucho de la pampa. Odiado por la policía y por los indios.

Mi padre tenía un carro grande de cuatro ruedas, tirado por cuatro caballos muy bien cuidados y muy bien alimentados, cosa que en cualquier momento se les pudiese exigir el máximo rendimiento. En ese carro llevaba variedad de mercancías: alpargatas, botas, caña, tabaco, baratijas variadas como pulseritas, collares, pendientes, anillos, es decir: chafalonía, perfumes, ropas, etc. El destino eran las tribus indígenas, allende el río Salado. Allí mi padre era muy apreciado y siempre esperado. Lo que hacía era trueque. Los indios no manejaban dinero, pero eran grandes cazadores y ellos tenían pieles y plumas muy vistosas que en ese entonces tenían una gran demanda en el mercado europeo. Esas plumas eran usadas como adornos en los sombreros de las damas. El regreso se hacía con el carro cargado con esos productos. l cruce del río Salado era una verdadera odisea, pues su fondo no era firme, por lo que requería la guía de baqueanos que conociesen los lugares más seguros para hacerlo. Cuando mi padre llegaba a la orilla armaba una fogata con mucho humo, la que al ser vista del otro lado, hacía que saliera a su encuentro el baqueano, quien luego ataba la lanza del carro a la cincha de su caballo y con mucha prudencia se iniciaba el cruce. El mismo caballo del indio era baqueano, pues iba tanteando con sus patas delanteras la firmeza del suelo.

El peligro mayor era el regreso, pues el gauchaje ya estaba avisado de la presencia de mi padre, por lo cual era esperado hasta que se retiraban los indígenas.
La persecución de los gauchos solamente podía hacerse por atrás, puesto que los campos, erizados de tacurúes impedían que los caballos pudiesen galopar en cualquier dirección y abordar al carro lateralmente. El tacurú es un montículo hormiguero, rodeado por pozos, que si el caballo mete la pata en ellos se fractura y cae. El abordaje por atrás era el más factible aunque muy difícil. Por un lado debido a la velocidad y resistencia de los caballos y por otro lado, en una situación así, tomaba las riendas mi padre y Lucrecio, el fiel y leal peón de mi padre, muy diestro en el manejo de armas, se acostaba en la parte de atrás y con un revolver en cada mano, era difícil que se le acercara nadie.

Yo recuerdo una noche, en que mi madre se pasaba permanentemente llorando, pensando siempre en lo peor, se escuchaba muy a lo lejos el ruido del galope mezclado al del carro y algún disparo. Los policías se pusieron enseguida en guardia, empuñando máuseres. Al cabo de un corto tiempo aparecieron los viajeros. Los caballos blancos de sudor, algunos cayeron agotados. Pese a que yo era muy pequeño, nunca olvidaré la escena. Cada viaje de mi padre, le costaba años de vida a mi madre.

Fue por ese entonces que nació una hermanita mía, que era unos dos años menor que yo. Se llamaba Zulema. Los calores del verano, unido a la alimentación artificial, hicieron que iniciara un cuadro de vómitos y diarrea que la llevaron a la muerte.

Mi padre estaba realizando sus periódicos viajes hacia el norte, cuando Zulemita se enfermó. Como la nena no mejoraba y dado que en ese entonces había adquirido renombre un médico alemán afincado en un pueblo llamado Hersilia, unos 30 kilómetros al sur de Ceres, sobre el ferrocarril Central Argentino, con mi madre, Katie y la nena nos fuimos en tren a ese pueblo.

Recuerdo que paramos en algo con pretensiones de hotel y que por la noche, me prepararon una taza de café con leche, caliente, que me dejaron sobre la mesa. Como yo era muy chico y casi no alcanzaba la mesa, quise tomar la taza, con la consecuencia que me volqué la leche sobre la cara. Mi madre se alarmó y salimos corriendo a la casa del médico, quien me recetó un linimento aceitoso. Yo marché muy bien porque se trataba de quemaduras muy superficiales, no así mi hermanita que falleció a los pocos días.


Tiempo después mi padre compró un camión Ford T, usado y que requería ajuste del motor. Mi padre tenía algunas nociones mecánicas por lo que vio en algunos talleres, por lo cual resolvió hacer él el trabajo. Sacó y abrió el motor y le hizo un cambio de aros y metal de bielas. El ajuste quedó tan firme, que luego no hubo forma de mover ese motor, por lo cual se le ocurrió un procedimiento de ablande: hacer caminar el camión en cambio, tirado por dos caballos. Lo recuerdo muy bien, porque yo iba parado sobre el asiento. La verdad es que se ablandó. Lo que no recuerdo es cuanto duró. En invierno era un problema hacerlo arrancar. Manija y manija y no había caso. Entonces, abría el capot; desprendía los cables de las bujías y echaba nafta en los hoyuelos donde estas estaban colocadas; les prendía fuego y al apagarse le reponía los cables y con varios manijazos arrancaba.

Otro procedimiento era levantarle una rueda trasera, con lo cual se facilitaba el darle manija, porque la rueda hacía de volante y no requería tanta fuerza. En aquellos modelos todavía no se había inventado la batería y la corriente se originaba con 4 especies de cubos llamados bobinas. Los faros de luz eran a acetileno y la bocina era la llamada “chancho” que se accionaba apretando fuerte un pistón a cremallera. Era común no tener auxiliar y entonces, si pinchaba tenía 2 opciones: una era emparchar la cámara si disponía de los parches que se llamaban “parches eléctricos” aunque no tenían nada de eso; en realidad eran a fuego sin llama. La otra opción era sacar la cubierta y la cámara y seguir la marcha en llanta. Desde luego que la marcha era más lenta, más dificil, con mayor consumo, pero se llegaba. De ahí las expresiones: “Andar en llanta”, “Quedar en llanta”.

Otra de las habilidades de mi padre era tocar el violín. Nunca supe dónde, cuando ni como lo aprendió. Cuando las fiestas en la Colonia Dora, según me contaron, el músico era él, acompañado por un amigo que cantaba amplificando la voz con el megáfono de un fonógrafo de ese entonces. Ambos ejecutantes lo hacían de pié y caminando. Resultaba que se distanciaban entre sí, de tal modo, que lo que uno tocaba no tenía nada que ver con lo que cantaba el otro. Pero la gente se divertía igual. Otra de sus habilidades musicales era tocar la guitarra. Esta vez lo hacía en las reuniones camperas gauchas con motivo de sus viajes. Incluso recuerdo algunas de las relaciones que solía recitar en esas oportunidades:

"Del alto cielo he visto caer aceitunas,
chica linda como vos, no he visto ninguna"

"He mandado hacer dos cajones; no sé si están hechos,
uno para darte comer maíz y en el otro afrecho"

Esta foto es de Ceres. En el patio común de las casas de los tíos Minond y Ruderman. Tíos de mi padre por estar casados con hermanas de mi abuela. En la 1ª fila de arriba, la primera es la tía Guitel, esposa de Minond. La que le sigue es la tía Ientel, esposa de Ruderman.

La que sigue es mi madre. Luego un joven empleado de la farmacia quien tiene en brazos a Chjche, hija de Minond. En la fila de hombres, el 1º es el tío Moisés Minond, idóneo de farmacia y dueño de la misma. Le sigue el tío Naum Ruderman, sastre. El que sigue a este es mi padre. En la fila siguiente: la primera es Rosita Ruderman, hija de Naum y Ientel. La otra es mi tía Katie Arenzon, hermana de mi madre, posteriormente madre de Valentín Berezan.
En la última fila estamos los tres José. El 1º es José Minond, hijo de Moisés y Guitel , el del medio, el mayor de los tres, es José Ruderman, hijo de Naum y Ientel. El tercero, el menor soy yo Los otros José se recibieron de Farmacéuticos y José Minond se doctoró en Química. Murió hace poco tiempo.



A partir de entonces la salud de mi madre comenzó a resentirse. Era vista por distintos médicos pero sin mejoría y eso hizo que mi padre abandonara la vida que estaba haciendo. Incluso, con el consejo de todos los familiares, se resolvió que mi madre debía ir a Buenos Aires. En ese entonces estaba en marcha el embarazo de Samuel.


Recuerdo que un día aparecimos en Buenos Aires. Mi madre, mi padre, Katie y yo. Fuimos a la casa de Isaac, el tercer hermano de mi padre. Alquilaba una sala en calle Salguero, cerca de Corrientes. Esa pieza abría por una puerta a la calle. Adentro estaba dividida por una cortina, en un sector que comunicaba a la calle y era una venta de baratijas, chucherías, etc. En la otra mitad era la vivienda: ahí había una mesita, varias sillas, una cama de 2 plazas, un primus (Primus era la marca registrada de una estufa que funcionaba a gas de queroseno a presión) y cacharros varios. Ahí vivía Isaac con su esposa: Jase y ahora también con nosotros. Para dormir, ampliaron la cama poniendo una fila de sillas contra uno de los bordes de la cama y las almohadas en el otro lado se transformaron en cabecera. Nos ubicamos así: Isaac, Jase, yo, Katie, mi madre, mi padre.

Estas son fotos de mi tío Isaac. Era un hombre extraordinario, muy meritorio. Aprendió solo a leer y escribir y tenía una letra hermosa. Aprendió a manipular el telégrafo Morse, cuando entro de mandadero a la estación de ferrocarril en Ceres. Algunos años después llegó a jefe de esa estación. Fue a EEUU, donde estuvo 2 años y aprendió a hablar inglés y el oficio de marroquinería.

Fue administrador de la empresa naviera que en un tiempo tuvo su hermano Arón. Le tenía terror a los perros y a los enanos. Murió al volcar el auto que manejaba debido al reventón de un neumático. No era fácil conseguirlos debido a la guerra.



Esta foto es de Aron Levin y su esposa Rosa, en luna de miel, en la playa Pocitos de Montevideo, junto al Hotel del mismo nombre de aquel entonces.
La fotografía tiene al dorso la fecha: 14 de enero 1923.





En ese Buenos Aires, el problema de mi padre, era en qué se podía ganar la vida. Empezó a vender géneros en forma ambulante, de puerta en puerta. Lo que se llama "Menajemendel". Mi madre estuvo internada tratándose y en ese ínterin nació Samuel. Mi padre salió en búsqueda de una pieza en alquiler para vivir. El problema era que no aceptaban con criaturas muy pequeñas. Pues el argumento era que en cada pieza vivía una familia de gente que trabaja y que si una criatura lloraba de noche, la gente no podía descansar. Finalmente y ante el fracaso de las tentativas, optó por el engaño. En un inquilinato dijo que yo era el único niño y luego, en forma encubierta, lo entraron a Samuel. Se armó un gran lío y con la exigencia de que nos fuésemos. Mi padre se hizo el malo, les dijo que no se iba y frente a cualquier intento, le iba a romper el alma al encargado. Así fue como con ese argumento tan convincente, las cosas se tranquilizaron por un tiempo.

Esos caserones de inquilinato, generalmente pertenecían a un dueño que no vivía en ellos. Uno de los residentes era el encargado y administrador. Había un reglamento al cual había que ceñirse. Cada habitación tenía una bombilla de luz de unos 40W y no se debía tener prendida más allá de las diez u once de la noche. Los servicios higiénicos era un cuarto común para todos, con ducha solamente de agua fría. La única posibilidad de baño con agua caliente era calentando agua sobre un primus y bañarse en un latón en su pieza.


Este es uno de los tantos conventillos en que vivimos en Buenos Aires. La foto fue tomada por mi tío Arón Levin, hermano de mi padre. Samuel era muy pequeño y aún no se paraba sólo. El piso corresponde a un pasillo en planta alta. La puerta que se ve, es la única abertura de la pieza en que vivíamos: mi madre, mi padre, Katie, Samuel y yo.

La cocina era un gran cajón de embalaje, parado verticalmente a la izquierda de esa puerta, en él había una cocinilla de hierro, de dos hornallas a carbón y en las paredes del cajón mediante sendos clavos, colgados los distintos cacharros para cocinar.


La leche se compraba en la calle a los proveedores que la traían en los tarros de cinc o a los otros que la traían en su envase natural: la vaca. El lechero, vasco o con pinta de vasco, venía con 3 ó 4 vacas, que al compás del cencerro iban hamacando sus ubres. Frente al interesado paraba y ahí ante el deleite de grandes y chicos ordeñaba esa leche que a veces era consumida en el acto.

Esa vida porteña a la cual mi padre nunca se adaptó, unido a lo miserable de todos sus aspectos y dado que mi madre había tenido alguna mejoría, mis padres resolvieron regresar a la provincia.

Nunca supe cuales fueron los factores decisivos, pero esta vez, nos radicamos en un pequeño pueblo llamado Suardi. Es una población en la provincia de Santa Fe, casi junto al límite con la provincia de Córdoba. Allí mi padre alquiló una esquina e instaló en ella una frutería. Suardi significó para mí la concurrencia por primera vez a una escuela. Fue en Suardi, donde por primera vez en mi vida vi una película cinematográfica: Carlitos Bombero, con Carlitos Chaplin. En Suardi fue que vi y escuché tocar una cítara. También ahí tenía un amigo cuyo padre era funebrero. Jugábamos a la escondida, escondiéndonos en los ataúdes.

Poco tiempo estuvimos en Suardi y de ahí volvimos a Ceres, Ya Katie no estaba con nosotros. Vivía con los padres en Buenos Aires. Y creo que ya había iniciado su noviazgo.
Recuerdo que fue cuando ese regreso a Ceres que se instaló la luz eléctrica en el pueblo, lo que significó toda una novedad para mucha gente.

La foto de mi madre con Samuel en brazos, junto a una pared de ladrillos, es de ese entonces y fue tomada por Marcos.

Por esa época fue que presencié el primer accidente de aviación. Había llegado al pueblo una avioneta cuadriplaza, con armazón de tela y ofrecía vuelos de bautismo. En uno de esos vuelos subieron tres hermanos: los hermanos Bono. Cayó el avión en pleno pueblo, murieron los tres hermanos y el piloto sufrió varias fracturas.
A partir de entonces la salud de mi madre nunca se recuperó. Yo siempre oía hablar de anemia.

Mis abuelos maternos estaban en Buenos Aires. Mi abuelo que para subsistir solo podía depender de la fuerza de sus brazos, entró a trabajar en un aserradero para cargar tablones.



El que aquí está sentado es Arón Arenzon el hermano que seguía a mi madre, se dedicaba a trabajos rurales de agricultura. Conoció a Jane Relletz, su futura esposa y se casó:
Esta foto corresponde a la etapa prenupcial. Era un hombre de hábitos rurales y que toda la vida vivió en medio rural. Tuvieron cuatro hijos varones y una mujer, de mayor a menor: José, Bernardo, Naun (Ñato), Leonardo (Lipe) y Matilde (Tila). Durante varios años trabajó asociado con mi padre.
Era un hombre generoso, pero no toleraba nada que pudiese significar un agravio y era famoso en el medio dónde vivía, por la intensidad de sus trompadas. Yo lo he visto pelear y era realmente para compadecerse por su contrincante. Era un esposo amante y un padre ejemplar.



Este es Abraham, el que seguía a Arón. Lo recuerdo como un individuo callado, sereno, en general se mantenía aislado. Era tuerto. Nunca supe en que circunstancias perdió el ojo. Había oído que fue cuando era niño, su padre, mi abuelo, con un látigo, le pegó en el ojo. Conmigo siempre fue muy cariñoso. En los últimos años, buscando algún medio de vida, anduvo y residió en Menafra, en donde aún queda el recuerdo de algunos de sus dichos: “Granada que estás pintona, dijo Arenzon”. Según algunas referencias, le gustaba el truco y las faldas no le eran indiferentes.



En la foto de la derecha, aparecen los tres hermanos menores de mi madre. Betty, la más baja, la primera, es la que estaba en Buenos Aires con los padres. También Katie, la que le sigue. Ambas trabajaban en talleres de costura, contribuyendo al mantenimiento del hogar. Leibke, el hermano que aparece en la foto, en ese entonces era soltero, se había hecho del oficio de parquetista y recorría varias ciudades realizando trabajos. Era un hombre de buena apariencia y que le gustaba vestir bien. Era simpático y amable. De temperamento nervioso e irascible, hacía episodios que años después aprendí que eran pitiáticos (Conjunto de perturbaciones nerviosas o histéricas susceptibles de cura por la sugestión). Era un gran fumador, lo cual finalmente lo llevó a la muerte.














Esta es una vista de la calle principal de Ceres de ese entonces, más o menos, año 1923. Recuerdo que por esos años se agitó mucho a nivel mundial el problema de Sacco y Vanzetti. La arboleda que se ve a la izquierda, es una de las esquinas de la única plaza que había en el pueblo .Uno debe imaginar lo que era una convocatoria así en ese entonces, en que no había televisión, ni radios, ni diarios que llegaran con alguna regularidad.


Aquí estamos nuevamente en Ceres, luego de abandonar Suardi. Rodeando la mesa, estamos mi madre, mi padre, Samuel y yo. Es una casa vieja, con un corredor que da a la calle y es del verano de 1923. Recuerdo que ese día me avisaron que tenía que inscribirme en la escuela. En ese entonces, el trabajo de mi padre consistía en viajes que hacía con un carro, pero a zonas cercanas, por breves períodos, comprando sobre todo: cerda, cueros y plumas.

Esta foto fue tomada por Marcos. Ya se nota el rostro demacrado de mi madre.

Uno de los recuerdos más nítidos que tengo, fue cuando llegó al pueblo un avión, que aterrizó en un campo que quedaba a unas cuatro cuadras de mi casa. Era el año 1926 más o menos. Toda la gente del pueblo marchó hacia ese lugar para ver lo que la mayoría nunca había visto. El avión era de tela, de cabina abierta; de doble ala y las ruedas, aunque algo mas gruesas, parecían de bicicleta. Como era visible que por las nubes en el horizonte, había amenaza de tormenta, el piloto llevó el avión hasta un ángulo del alambrado y ahí procedió a amarrarlo lo mejor posible.

Durante la noche se descolgó una furiosa tormenta con muy fuertes vientos y el espectáculo fue al día siguiente, cuando todos concurrimos al lugar del avión, del cual solo quedaban restos retorcidos y rotos. Era penoso el aspecto de desconsuelo del piloto, cuando cargaban esos restos en carros para llevarlos a la estación del ferrocarril para ahí embarcarlos en un tren de carga. Otro de los recuerdos que tengo de aquellos tiempos, fue cuando se corrió la voz de que en la estación del ferro-carril había un vagón de carga, en el cual había un muerto.

Me fui corriendo y ahí se trataba de un vagón jaula para transporte de ganado. Me trepé hasta cierta altura y pude contemplar el cadáver de un soldado del ejército, que estaba semisentado contra un ángulo del vagón y que tenía destrozada la cabeza. Había sido un accidente y llevaban el cadáver a Santa Fé. La impresión fue tal, que durante muchos días no me podía borrar la imagen.

En mi clase, en la escuela, yo era el más chico, lo cual me hacía vulnerable a las agresiones de los más grandes. De modo que tuve que recurrir a ciertos ingenios. El más grande de mi clase, era un negrito, corpulento, que vivía cerca de mi casa. En general nunca estudiaba y para los deberes era un desastre, por lo cual hicimos un convenio: él me protegía y yo le hacía los deberes. Así fue como uno de mis mejores amigos fue ese negrito.

Cerca de mi casa, había una vieja edificación abandonada y que tiempo atrás había sido una jabonería. Ahí nos reuníamos los chicos para jugar, pero también ahí fue que tuve mis primeras experiencias de fumar. Claro que no era con tabaco, sino con barba de choclo y que armábamos con papel de estraza.

También por ahí cerca, en un costado del terraplén y por efecto de las lluvias, se había formado algo así como una laguna. Recuerdo que una tarde, entre varios amigos, resolvimos pegarnos un baño. Nos quitamos la ropa y zambullimos. Fue una experiencia magnífica. El problema era que más que agua, eso era barro y era de imaginar el aspecto que tenía cuando volví a casa. Mi madre quedó espantada al verme y la consecuencia fue un baño a fondo en un gran latón con buena enjabonadura. Esa experiencia ya no fue tan magnífica.

Recuerdo también que en esa casa, por el año 1926, más o menos, era verano, Katie (Arenzon) vino de paseo desde Buenos Aires, con su hijo Valentín (Berezan) que era muy chico, creo que recién comenzaba a caminar. Pronto Valentín comenzó con diarrea, cosa que en ese entonces era muy grave en los niños pequeños y debieron volverse rápidamente a Buenos Aires, con gran desconsuelo de mi madre ya que el reencuentro de familiares, en esa época, no era muy frecuente ni muy fácil, dados los medios de transporte, las distancias y la falta de medios económicos.

El padre de Valentín (Berezan) era un obrero de la industria de la vestimenta masculina y recuerdo que siempre estaba en huelga. También vivían en una sola pieza y el único lujo que un buen día se dieron, fue la compra de una cama de bronce de dos plazas, con los pies en forma de balcón. Esta novedad circuló rápidamente en el ámbito familiar como signo de progreso.

No hay comentarios: